La transición energética que nos proponen Podemos e IU, y la que habría que hacer

Eolico por Raymond Bosma

[Publicado originalmente en la revista 15/15\15]

El Plan Nacional de Transición Energética (PNTE) propuesto por Podemos e Izquierda Unida, dentro del documento dado a conocer esta semana dentro del documento Cambiar España: 50 pasos para gobernar juntos, es esencialmente vago, como todo programa electoral.

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Es el drama de los sistemas electorales convencionales (la vieja política) porque, si entran en detalles concretos, aunque necesarios, saben que la competencia los destrozaría. Sabiendo que la Cumbre del Clima de París se ha cerrado en falso con un fracaso absoluto, siguen teniendo como norte la descarbonización total, sin hablar de lo que ello representa, y siguen confiando en que las modernas renovables van a ser capaces de mantener el nivel de vida actual.

Hay premisas positivas, como enfocarse sobre el ahorro energético (mejorar la eficiencia energética); también sobre reducir el consumo (pero sin especificar cuánto ni en qué plazos ni con qué actividades), pero el voluntarismo es evidente: se sugiere recolocar a los parados de la construcción en rehabilitación de viviendas, cuando hay todavía por delante un problema enorme de gente sin viviendas y sin recursos mínimos para rehabilitarlas.

En la reforma del sistema eléctrico, hay también elementos positivos (siempre insuficientes), como los de no renovar Garoña y cerrar gradualmente las nucleares, recuperar al sector público las hidroeléctricas con concesiones vencidas y la prohibición del fracking en el territorio del Estado. Pero, de nuevo, carece de algunos aspectos claves: las auditorías a las eléctricas sin nacionalizarlas, siendo como son un servicio público y esencial. Apenas se conforman con intentar evitar los oligopolios o la integración vertical, cuando una red de servicio esencial y nacional es necesariamente vertical, difícil y enormemente costosa de cambiar. Con el control público que ofrece la nacionalización se elimina el oligopolio, porque se pasa al monopolio del Estado, que todavía se mantiene en los ejércitos o en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, que nadie cuestiona (bueno si, ya hay cada vez más empresas de seguridad pillando cacho en las tareas que deberían ser públicas y sometidas al control político si es popular y democrático). El temor reverencial a decir estas cosas en los programas hará imposible realizar cambios estructurales serios.

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El mantra o letanía (me gusta más letanía, porque no suena a oriental, pero viene a ser lo mismo) del autoconsumo indica que algunos siguen sin tener claro que al final de cuentas, si millones se terminan de enganchar a una red eléctrica nacional, teniendo libertad de mercado absoluta para inyectar o chupar según convenga, que eso tiene un coste importante en la reconfiguración de la red nacional; que tiene un coste relevante en las centrales de respaldo (peaking plants) que tienen que cubrir los periodos en que no hay generación por falta de sol o de viento, pero sí hay demanda y que esas plantas, tienen que seguir existiendo (o alternativamente sistemas de almacenamiento masivo de energía, como embalses de bombeo inverso, ya limitados en nuestro país) o de almacenamiento de gas presurizado en cavernas, de costos elevadísimos. No podemos engañarnos haciéndonos trampas al solitario. Hay que valorar lo que cuesta a la red nacional (supuestamente nacionalizada; si no, claro que será difícil creerse las cifras de esos costes reales que hoy ofrecen los oligopolios privados, mientras reparten dividendos por ofrecer servicios básicos a los ciudadanos) y hay que poner estos costes en la balanza. No solo ofrecer autoconsumo libre de toda imposición, porque cuando uno libera a alguien de una imposición pero su acción tiene un impacto sobre el bien común, alguien más está pagando. Y tendría narices que los señoritos que tienen tejado individual (chalets y similares) fueran los principales beneficiados por esta medida y que los que viven hacinados en bloques de ocho alturas con el tejado mal apuntado para poner un panel, tengan que afrontar vía impuestos el coste de reestructurar y adaptar la red para permitir que otros vendan o chupen de la misma cuando les venga en gana.

Y como no se habla nada más de energía, me quedo absolutamente anonadado de lo poco que se habla de lo que mueve a nuestra sociedad. Me quedo petrificado de que este programa no considere el problema que se nos avecina, bien sea por seguir quemando fósiles a mansalva y acelerando el calentamiento global, o por no prever lo que puede suceder a este país si deja de llegar petróleo o gas durante un cierto tiempo no muy largo, como si eso no pudiera pasar jamás, porque la cuesta abajo post-cenit nos pille desayunando confortablemente.

No hay una estrategia seria de política energética, no nos engañemos. Y no la hay, porque si la hubiese, tendrían que empezar diciendo a los 46 millones de habitantes, en pleno periodo electoral, que les esperan tiempos muy difíciles y que se tienen que adaptar con urgencia a consumir mucho menos que hoy.

Que eso implicará cambios drásticos del sistema.

Que hay que empezar a decir que se pueden pasar navidades alegres en familia sin tener todas las luces del mundo encendidas. Que no hace falta que los escaparates tengan luz por las noches. Que el turismo de masas se acabará muy pronto y que hay que buscar alternativas en el sector primario. Que tenemos que descomplejizar la sociedad, muchas de las veces, empezando por nosotros mismos. Eso es lo que es ahorro verdadero de energía, aunque parezca política (que también lo es).

Que la seguridad jurídica no llega por pasar de 80.000 leyes y decretos vigentes a 120.000 sino por justo lo contrario: por reducir drásticamente el número de leyes vigentes y las super-hiper-gigaestructuras jurídicas y los complejísimos entramados legales que hoy están montados.

Que hay que cerrar la bolsa de valores, acabar con los especuladores, romper relaciones de todo tipo con los paraísos fiscales, salirse de la OTAN y dejar de gastar dinero en armamento, cerrar muchas universidades y sobre todo, muchas especialidades universitarias y quizá desarrollar otras nuevas, más cercanas al sector primario. Que hay que volver a los animales de tiro (pues claro que es un mensaje muy duro, para qué nos vamos a engañar a estas alturas) e ir dejando las complejidades de los tractores con GPS, que como me ha confirmado un familiar, no le aportan casi nada y a cambio tiene que pagar mucho más, incluso anualmente a los que cobran las licencias de los programas y las conexiones satelitales.

Que hay que prohibir los plásticos en un plazo razonablemente muy corto y hacer todos los envases reciclables. Que hay que volver a ofrecer alimentos a granel y llevar las bolsas de hule o de tela de casa. Que las botellas de cristal tienen que tener un coste elevadísimo para que no se pierda ni una y se reutilicen todas al máximo. Que se acabaron los zapatos de plástico y que hay que volver a las suelas de goma y al cuero y a la fabricación manual. Que se acabaron las pilas para los juguetes y los relojes, que tienen que volver a ser de cuerda.

Que debemos empezar a plantearnos vivir con la ropa que podamos producir para nosotros mismos con nuestras propias materias primas y no con la que nos llega de Bangladesh, hecha por esclavos con algodón recolectado en el delta del Nilo por más esclavos. Eso impedirá tener los armarios llenos de viruta.

Así podríamos hacer una biblia de propuestas, que ocuparía unas doscientas veces más de lo que ha ocupado a estos partidos políticos establecer sus políticas energéticas.

Seguramente es esperar demasiado, aunque demasiado no podemos esperar, sinceramente.

Casdeiro

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