CONSTITUCIÓN INSERVIBLE.

Decía Hegel que antes de redactar una Constitución lo que se debería tener era un Estado fuerte y tenía toda la razón, porque cuando una ley como la Constitución pretende ser el instrumento por el que se estructure jurídicamente un Estado, éste antes tiene que estar preparado y adaptado para ello y para que esto suceda se tiene que tener en cuenta a los ciudadanos que conforman esa sociedad, como son, que piensan, sus costumbres, su historia, su carácter, su religión, su idiosincrasia etc..

Si algo no se tuvo en cuenta al elaborar la Constitución de 1978 fue precisamente a los ciudadanos, de nuevo se les dio la espalda y se redactó un pastiche con elementos sacados de otras constituciones como la portuguesa, italiana y la alemana, además de hacerse por y para partidos políticos que fueron los que acabaron configurando un régimen de partidos excluyendo una vez más a los ciudadanos como venía siendo habitual en todas las constituciones españolas, porque los ciudadanos han representado siempre un elemento perturbador, un elemento de inestabilidad para la clase política, la clase gobernante que sólo ha utilizado al ciudadano como un medio para sus intereses.

Por otra parte, se olvidó algo fundamental en toda Constitución que defienda el Estado de derecho y es el principio fundamental de separación de poderes, sin el cual no puede haber garantía de control de un poder sobre otro, dejando la falta de fiscalización a merced de un poder el abuso del mismo y como consecuencia la degradación de las instituciones y por ende de todo el sistema democrático.

Esta constitución propició que las instituciones quedaran mudas, ciegas y sordas ante los desmanes de unas organizaciones que pronto ejercerían la supremacía sobre todas las demás: los partidos políticos, cuyas estructuras fundamentadas en el trepismo, el oportunismo y los clanes de arribistas contrarios a la meritocracia y al favorecimiento de la ausencia de democracia en su funcionamiento interno sólo podrían producir individuos mediocres, viciados y defectuosos que contaminarían al resto de las instituciones que fueran a ocupar hasta establecer en ellas lo aprendido en el partido: corrupción y falta de democracia.

El caso es que se ha venido gobernando hasta hace bien poco por mediocres, mansos, insensatos y advenedizos porque gobernar en España era tarea fácil con una sociedad excluida que no se manifestaba si no era a través de las organizaciones compradas y manipuladas por el propio régimen como los propios partidos y los sindicatos. Realmente resultaba conmovedor tomar medidas a sabiendas de que todo estaba controlado y si alguien se salía del redil se le tapaba la boca con unos cuantos desembolsos de dinero público o con unas cuantas competencias más para la Taifa correspondiente.

Las cosas han cambiado y ahora hay que gobernar contra la indignación de la mayoría de los ciudadanos y sin dinero para tapar bocas excepto las suyas, las que no producen, las que están llevando al país a la ruina pero que son las que mantienen al régimen en pie. Ahora hay que gobernar con la presión de la calle, de la opinión pública, de los ciudadanos que lo han perdido todo por culpa de la gran estafa política que nos colaron gracias a esa Constitución y que degeneró en un régimen de corrupción. Ahora es cuando de verdad aparecen los verdaderos gobernantes pero eso es imposible en un régimen cuya modalidad es recurrir a la cantera de los partidos podridos y corruptos.

Ahora toca gobernar bajo el imperio de la desigualdad por ellos creada, somos una pseudodemocracia intervenida donde la distribución de la riqueza de forma tan desigual acabará con ella. No es una crisis económica, es una crisis moral que no puede ser resuelta por incapaces salidos de esas pocilgas de corrupción que son los partidos políticos que forman el entramado de la casta política española. Contrariamente a lo que se piensa no es el momento de los tecnócratas sino de los estadistas y eso me temo que por estos lares no existe, al menos en lo que hoy es nuestra casta política.

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