Sharanahuas; ‘no contactados’ con teléfono móvil.

Sharanahuas; ‘no contactados’ con teléfono móvil.

Comienzo mis colaboraciones con Colectivo Burbuja hablando de José. Y de Elsa, y de Estela. También de Abraham, o de Rubén, Manuel o Alexia, como podría hablar de Violeta y Yuli. Según la mayoría de los antropólogos y según el estado peruano (y de Europa), se trata de indígenas en ‘contacto inicial’, y por tanto deben vivir en una reserva (reserva de personas). Para protegerles de la contaminación de nuestra sociedad occidental, no se puede hacer nada en la reserva que no tenga la autorización expresa de Indepa, un organismo dependiente del Ministerio de Cultura peruano lleno de antropólogos y sociólogos que han estudiado en Lima este tipo de sociedades. El hecho de vivir en una reserva les priva a esta gente del derecho de propiedad de la tierra en la que viven, porque es una reserva y hay que preservarla, tal como está.

Para los antropólogos, Alexia, Manuel o Abraham son simplemente ‘sharas’, ‘sharanahuas’ o ‘nahuas’ que viven a orillas del río Mishahua en una especie de jardín del edén del que no hay que sacarles. Lo cierto es que, por ejemplo, Elsa tiene estudios superiores y es la profesora de los niños de tres a cinco años de esta comunidad, cargo que deja este año para sacar unos estudios de posgrado y ser mejor docente. Alexia sabe hasta saludar en inglés y si le digo ‘touch your nose’ se tocará la nariz sin dudarlo. Rubén tiene móvil, como’casi todos los chicos del internado de la Misión de Sepahua. Abraham acaba de llegar al internado porque quiere empezar a estudiar Secundaria, y parecería alguien normal si no fuera porque en cuanto puede se quita los zapatos para andar descalzo; pero a mí mi madre me contaba que de pequeños iban descalzos buena parte del tiempo, y no la considero una ‘indígena en contacto inicial’, precisamente.

Fausto y Manuel acabaron sus estudios de Secundaria en diciembre del año pasado. Manuel, en concreto, había sacado una muy buena nota para ser admitido en la universidad en la carrera de maestro, pero ha decidido que lo suyo es ser auxiliar de enfermería. Estudiará en Puerto Maldonado, una ciudad de unos 80.000 habitantes en plena selva y cerca de la frontera con Brasil.

Los sharanahuas eran seminómadas hasta los años 80. En el 80 precisamente tuvieron su primer contacto con lo que llamamos la civilización occidental. Al menos, su primer contaco desde la era del caucho, porque venían de los varaderos que hay entre el mishahua y la cuenca del Manu, donde el tristemente célebre Fitzcarrald hacía sus fechorías en nombre del progreso mucho antes. Nunca sabremos de cuántas personas era en origen el grupo, ya que en aquellos primeros contactos hubo una epidemia de varias enfermedades comunes, sobre todo tuberculosis. Lo cierto es que pronto se actuó y se les pudo sanar a la mayoría. Porque son humanos, son tremendamente resistentes y además los medicamentos hacen mucho más efecto en ellos. Conocedores de lo que tenían, lo primero que pidieron fueron medicinas. Sabían que existían, y generaciones anteriores de su grupo los habían visto.

Me dirigí a Santa Rosa de Serjali, a orillas del río Mishahua, en la reserva Nahua-Kugakapori-Nanti, a finales de enero de 2013. Era mi primer viaje hasta ese lugar, una expedición que deseaba desde el mismo día en que mis pies pusieron tierra en Sepahua. Era eso que había que ver, para comprobar qué era eso de los ‘no contactados’. Mi primer atisbo de emoción llegó cuando vi un cartel que indicaba que entrábamos en la reserva. Un rato después llegamos a Boca Tigre, donde vive una familia a sueldo de INDEPA (el organismo del estado peruano encargado de ‘defender’ los derechos de los indígenas en ‘aislamiento voluntario’). Esos ‘en contacto inicial’ iban todos, como mínimo, con pantalón y camiseta. La niña en concreto, que se llama Zoraida, iba con pantalones vaqueros y camiseta, además era una interna, es decir, estudia tercer año de Secundaria y quién sabe si cuando termine quinto año estudia en la unversidad. En Boca Tigre, Zoraida era la única de todos que sabía leer, a pesar de que quien se supone que tenía que apuntar los nombres era el padre de familia, quien no tenía instrucción académica. La niña nunca habría tenido esa instrucción sin gente que les hubiera desafiado construyendo una escuela en Sepahua.

Continuamos hacia arriba. Sí que agradecí el hecho de que al pasar por una reserva podíamos disfrutar de una naturaleza mucho más exhuberante, frondosa y con más vida. Incluso nos detuvimos a fotografiar unos guacamayos y unos loros que sobrevolaban cerca de una colpa. El día estaba de nuestra parte, y como había llovido el río bajaba caudaloso, lo que nos facilitó la navegación y llegar antes.

El primero que nos recibió fue Pancho, que se casó con una sharanahua pero procede de Atalaya, la ciudad más cercana, a orillas del río Tambo. “Si me quieres, vente a vivir conmigo”, es el pensamiento nahua que se aplicó en este caso. Justo lo contrario a la mayoría de indígenas.

Acompañados por los niños, acompañados por varios mayores, paseamos por la comunidad, y nos pusimos enseguida al trabajo. La ingeniera química y el arquitecto con el que viajaba fueron a inspeccionar posibles captaciones de agua para diseñar un sistema de saneamiento que quién sabe si algún día llegará. Después dormimos acurrucados por el sonido de los monos y los loros, y después de desayunar tuvimos la reunión importante.

Nadie diría que estáenbamos ante un grupo de ‘salvajes’. Pantalones vaqueros, camisetas de moda… y peinados al estilo urbano.

 

La mayoría de estas personas en ‘contacto inicial’ me conocían, simplemente por el hecho de que bajan a Sepahua y están todo el tiempo que pueden.asentadas en lo que con un poco de broma llamamos ‘sharaton’, una casa que les hizo la misión de Sepahua para estar ‘temporalmente’, es decir, ‘en caso de que por alguna emergencia hubiera que bajar a Sepahua’. Salud, partos, esas cosas. Pero se puede comprar Coca-cola, además quizá hasta trabajar en la obra. Cosas que no pueden llegar hasta su comunidad, o en el mejor de los casos de manera muy racionada. Ahora, desde esta semana, los comuneros de Serjali van a empezar a cobrar en el propio Serjali por trabajo hecho en Serjali por parte del Estado Peruano. Aun así, no será ni la mínima parte de la inversión que muy cerca de sus viviendas está llevando a cabo Pluspetrol Corporation para explorar esta reserva en busca de más gas natural.

Dinamismo y cambio como no podemos imaginar es lo que tienen estas comunidades, y su capacidad para ello es mucho mayor que la nuestra, porque en el fondo están mucho más cerca de querer que de no querer el progreso. Claro, los antropólogos los estudian desde las aulas de las universidades de París u Oxford y sólo quieren comprobar sus teorías, más cercanas a mitos.

El ‘buen salvaje’ es eso: un mito.

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