Orwell, ¿por qué le llamamos ficción cuando queremos decir realidad?


Orwell, ¿por qué le llamamos ficción cuando queremos decir realidad?

No son pocos los que ven en “1984” de Orwell algo más que literatura y entretenimiento. Una obra escrita a finales de los cuarenta en la que, por desgracia, podemos encontrar ciertas similitudes con la sociedad occidental actual, lo que ha hecho que algunos lectores vean al ensayista como un visionario, con un olfato especial para adelantarse a su tiempo. Supongo que los menos habrán ahondado en la biografía del autor, el mundo de su época, el fin que perseguía al escribir sus libros, etc. Periodista nacido en una colonia británica, formó parte de la Policía Imperial India en Birmania, fue miliciano en la Guerra Civil Española y a punto estuvo de costarle la vida, también sufrió la más áspera pobreza, incluso la indigencia, en París y Londres… En sus escritos refleja su posición de fuerte rechazo al imperialismo, al totalitarismo de Hitler, a la dictadura de Stalin. Auténtico liberal y demócrata, revolucionario comprometido. No pretendo extenderme mucho más en este aspecto, aunque invito a leer una biografía suya extendida, no os dejará indiferentes y así podréis deducir que Orwell describió su presente y que es la sociedad la que gira sobre un círculo para volver al lugar de partida.

Yendo a lo que nos ocupa, 1984, es una alusión directa al terrorífico régimen de Stalin en particular, pero también a todos los regímenes totalitarios en general, y es por ello que esas coincidencias con nuestro mundo de hoy debieran encender nuestras alarmas. Democracias sobre un papel mojado que creemos a pies juntillas mientras la peor cara del totalitarismo campa a sus anchas, extendiéndose como una plaga, haciéndose más poderoso, convirtiendo al pueblo en vasallo. Sí, ya sé, no pasa desapercibido para todos, pero a efectos prácticos es lo mismo; hasta ahora nadie ha detenido esta carnicería. Los cambios legislativos que llevamos sufriendo años y cuyo único objeto es hacer legal lo inmoral se suceden sin cesar, las libertades se reducen, los represores gozan de impunidad y reprimen con fuerza desmedida, con sangre, humillando, atentando contra los indefensos, lanzando un mensaje claro al pueblo. Por otro lado los indultos a los corruptos, los privilegios obscenos, la manipulación constante de las estadísticas, el engaño masivo, el sistema electoral que cae de lleno en la inmundicia, los favores a las grandes compañías que operan abusando escandalosamente de los consumidores, el clientelismo, y un largo etcétera que podríamos tardar demasiado en enumerar. Añadamos la usurpación (ellos lo llaman “recortes”) al ciudadano de derechos esenciales como la educación, la sanidad, la justicia, servicios básicos y esenciales que están en manos privadas convirtiéndonos en prisioneros…, me gustaría saber dónde están esos que callan (religiosos, jueces, militares, reyes, príncipes), uf, ¿quién da la cara por nosotros?

Denuncias y voces que alertan sobre todo esto los tenemos por cientos, no en los grandes medios, que no están ni más ni menos podridos que aquellos que dicen que nos representan, simplemente igual de putrefactos ya que forman parte cómplice y necesaria del mismo aparato, pero si en redes sociales, periódicos digitales alternativos, etc. A estas alturas está casi todo dicho, no voy a descubrir nada nuevo, desde Orwell (a su manera) a Montesquieu, tenemos información necesaria al alcance de la mano, hoy más que nunca, para saber lo que en realidad está ocurriendo. Sin ir muy lejos, muchos de los que pasamos por la red conocemos claros ejemplos de personas cercanas, honorables y comprometidas, que denuncian con fundamento, incansablemente, con datos reales. Mientras las consecuencias de esta situación actual cae a plomo sobre nosotros, con todo su peso y crudeza; escucho cada vez más personas que han perdido toda esperanza, erráticos, desorientados, no encuentran el norte y se enfrentan a un “no futuro”. Otros, los más optimistas (o menos pesimistas) esperan un despertar generalizado que nos lleve a un cambio, y el resto nada en la indiferencia, o en la ignorancia.

Me preocupa mucho este mundo que vivimos, en realidad las personas corrientes que lo habitan, como individuos y como colectivo. Y aquí tenemos el mayor problema, cuando somos grupo. Desde el punto de vista sociológico podemos remontarnos hasta el S. XIX y hurgar en los estudios enfrentados de dos de los grandes (E. Durkheim y G. Tarde) y en los que Blondel encontró coincidencias para concluir, entre otros, que los seres humanos estamos todos íntima y profundamente socializados, también que se debe sospechar de la simplicidad y la autonomía, y realizar un análisis detallado y minucioso para separar lo que realmente viene del individuo y lo que viene de la sociedad. La “psicología de masas” de Tarde data de hace siglo y medio, y eso es lo que nos llevan de ventaja. Esperar un despertar revolucionario espontáneo no solo requeriría una paciencia infinita, literal, sino que, además, ya se realizan acciones preventivas para desactivarlo. Nuestra sociedad está tan contaminada que lo que nos viene de ella determina nuestro comportamiento. La prueba la tenemos en las pasadas elecciones catalanas, lo que me ha llevado a escribir estas líneas. Es desesperante ver como la masa se presta con tanta ingenuidad a la manipulación, como el farol de Mas ha dividido a la sociedad y como la participación ha sido récord, justo lo que buscaban. Divide y vencerás. Acto seguido, sin esperar ni quince días, nuevo calvario; más de lo mismo, publicación de “recortes” (usurpación) brutales en Cataluña y todos contentos porque creyeron decir algo el día de las elecciones. Esos “recortes” van a ser de tal magnitud, y la situación actual es tan precaria en servicios esenciales, que el próximo escalón va a llevar a la población catalana de menor clase a una situación límite, y el resto del país va detrás. También ha hablado el PP tras esas elecciones, y ya sabéis el resultado, después de insistir durante meses con la sagrada revalorización de las pensiones ahora se ha quedado en nada. Muchas voces avisaban del cinismo de aquellas declaraciones, pero a esta gente le da lo mismo, no tienen vergüenza, una y otra vez la misma táctica, mentir hasta que el voto está en la urna, para después escupirles en la cara.

¿Y ahora qué? Volvamos a Orwell una vez más, pero no a “1984”, sino a “Rebelión en la Granja”, lectura muy breve que recomiendo por partida doble. De nuevo una crítica sátira a Stalin pero que bien podríamos aplicar a la Transición Española, muchos pasajes y situaciones os resultarán tan familiares que os sorprenderá, y el final bien se parece a nuestra situación presente. Aquí os dejo unas líneas, como aperitivo, que bien pueden describir lo que se me viene a la cabeza cada vez que leo los datos económicos oficiales que se publican: “Los domingos por la mañana Squealer, sujetando un papel largo con una pata, les leía largas listas de cifras, demostrando que la producción de toda clase de víveres había aumentado un 200 por ciento, 300 por ciento, o 500 por ciento, según el caso. Los animales no vieron motivo para no creerle, especialmente porque no podían recordar con claridad cómo eran las cosas antes de la Rebelión. Aun así, preferían a veces tener menos cifras y más comida”.

Orwell denunció las atrocidades del mundo que vivió, lo hizo a su manera; con sus magistrales relatos, y su legado nos ha quedado ahí, para siempre, lanzándonos un aviso, un grito, una llamada. No parece haber surtido efecto, sus denuncias no han sido suficiente para que hubiese una reacción importante, ni en su época ni en la actual. Tampoco ocurre ante el aluvión de datos reales que nos aportan analistas íntegros e independientes y es que el ser humano como grupo (psicología de masas) es muy sugestionable y, por tanto, muy manipulable, por otro lado la masa se contagio con facilidad y se sabe fuerte y poderosa, pero necesita un resorte que la movilice, y un conductor. En buena parte de los países desarrollados tenemos muy interiorizado el pacifismo, creemos en ello y lo contrario nos aterra moralmente, sin embargo, y muy a mi pesar, estoy firmemente convencido de que esta situación no se arreglará pacíficamente, el aparato totalitario que se ha apoderado del Estado tiene sobrados mecanismos para que así sea, principalmente mediante la psicología social de la que son buenos conocedores.

La situación hoy es extremadamente grave, y conatos de denuncia y rebeldía hay, pero son rápidamente neutralizados (y/o contaminadas) por diferentes vías. Es imprescindible un acto individual decisivo, o una sucesión de actos heroicos hasta que ocurra ese definitivo, que sirva como detonador. Aquellos que ante una situación desesperada por desahucio decidieron quitarse la vida movilizaron a gran parte de la sociedad, rápidamente aparecieron los falsos salvadores que hicieron como que solucionaban algo con esa nueva ley vacía que deja todo en nada, pero contaminando y aplacando lo que se pudo venir encima. Actos como estos de “algún pobre loco y desesperado”, grandes valientes sin duda, dispuestos a actuar sin importarles su propia integridad ni las consecuencias, quemando sucursales bancarias, atizando a directores de las mismas, emprendiendo huelgas de hambre, abucheando a políticos y llegando a las manos, suicidas, mártires, víctimas de la corrupción que se toman la justicia por su mano…, alguno de ellos será el que prenda la mecha porque esto es lo único que puede pillarles por sorpresa.

2 comentarios sobre “Orwell, ¿por qué le llamamos ficción cuando queremos decir realidad?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.