El cuñado español

Querría lanzar una reflexión al desordenado y caprichoso albedrío de la inmisericorde red. Lo haré escuchando aquel sencillo giro del destino que cantaba Dylan…

Me fascina la connotación que el término «cuñado» ha ido adquiriendo en nuestra lengua. Esa carga sutil y gratuita de desprecio hacia un hipotético familiar que, a buen seguro, no nos ha dado ninguna razón para tal inquina. Una carga que recae además sobre la forma masculina del nombre, rara vez sobre la femenina… ¿a qué se debe este giro inesperado? Esta connotación es nueva, no existía hace escasos quince o veinte años.

Existe en España una tendencia peculiar y cainita al desprecio por el prójimo. Una especie de querencia irracional e inconsciente, atascada como un injerto artificial en algún lugar de nuestro sistema venoso… una rama ácida injertada en un recodo escondido de nuestras venas. Esto es algo de lo que tomé consciencia en plena adolescencia, en las fiestas de verano del pueblo de un buen amigo. Allí descubrí que las gentes del pueblo A y el pueblo B, aledaños, mal se podían ver. Cualquier excusa era buena para zurrarse mutuamente o ciscarse en la progenie del vecino… ese tipo de cosas. Cuando el visitante venía de Arévalo, por ejemplo, población más grande y lejana, ambos quintos –A y B– sentían el mismo desprecio por el forastero… ahora el enemigo era el arevalense de marras. Cuando el visitante venía de fuera de la comarca de La Moraña, de la capital, por ejemplo, el patrón se repetía una y otra vez hasta que el visitante demostrara ser merecedor. Pero aquellos que antes eran enemigos, ahora formaban la unidad frente al foráneo.

Este es un patrón que se repite de forma fractal a lo largo y ancho de nuestra geografía, desde las rencillas más cercanas provocadas por alguna disputa familiar de lindes, a la división en dos macrobloques: los del norte y los del sur; de Despeñaperros p’arriba o p’abajo; el famoso «a por ellos»… «ellos» y «nosotros»… ¿qué «ellos»?, ¿qué «nosotros»?; vencedores y vencidos; los quintos de Villanueva de Gómez, los quintos de Tiñosillos; el montañero autóctono, el madrileño de fin de semana… en fin, sospecho que cualquiera que lea esto podrá identificar infinidad de casos de proximidad, cada uno en su entorno.

Pero… este uso de «cuñado» es fascinante. Se ha transformado en un término tan cotidiano, tan extendido, tan omnipresente, tan general que sorprende. Además, con el tiempo, ha ido forjando una caprichosa ironía en sus entrañas: con frecuencia, cuando alguien recurre al «cuñado» en su argumentación lo hace para esgrimir, él mismo, una «cuñadada». La probabilidad es altísima… irónico plot twist, que dirían los anglosajones.

Y la probabilidad es alta porque esta nueva connotación es, en definitiva, un hombre de paja.

Cuñado espantapájaros

El nuevo «cuñado español» es ese hombre de paja, agazapado, esperando en el banquillo a ser llamado para gracejo y refuerzo de cualquier persona de bien. Es tan útil. Un personaje que todos reconocemos, que todos hemos escuchado en alguna reunión familiar, en alguna fiesta, en alguna cena de empresa… es «ese» personaje de nuestro entorno sobre el que en algún momento colocamos nuestro punto de mira, ese imbécil que todo lo sabe, que cree que sabe más que yo (¡payaso!)… ese imbécil que nos tiene que dar lecciones a todos, ese imbécil que habla ex cátedra desde que se levanta hasta que se acuesta. Así lo identifica cada uno. Cada uno tiene su propio hombre de paja, su propio molino de viento. El «cuñado español» es una carta comodín, cada uno tiene la suya y la usa a su antojo y conveniencia. Mi cuñado no es el mismo que el tuyo pero, ahora bien… ironías del destino: yo soy el cuñado de mi cuñado. Maldita sea. Estamos ante un caso de propiedad conmutativa.

«Es el cuñado el que elige al cuñado y es el cuñado el que quiere que sean los cuñados el cuñado»

M. Rajoy

Me topé con esta cita en algún lugar recóndito de la red, pero no soy capaz de identificar al autor, ya que esa firma podría pertenecer a cualquiera, no es concluyente.

El «cuñadismo» se ha transformado en un ejercicio en el que el interlocutor apela al odio y desprecio que cada uno lleva dentro para colocar ahí su hombre de paja. Una vez que el muñeco está bien mullidito y colocado, nos da la lección. O sea, es el cuñado el que elige al cuñado y es el cuñado el que quiere que sean los cuñados el cuñado.

Basta entrar en Youtube, enchufar el canal de alguno de los youtubers de moda, y esperar a que aparezca el «phony» de turno, como lo habría hecho Holden Caufield. Hace poco me acordé de Holden, precisamente, viendo un vídeo en el que una «persona de bien», joven de reconocida proyección youtubera, daba lecciones de política y geoestrategia mientras nos alertaba de la contrarréplica del hipotético «cuñado» de turno. Dichoso cuñado, siempre tan a mano. Al menos me queda la certeza de que, aquel que usa el comodín del cuñado es, a su vez, cuñado de su cuñado. Qué maravillosa ironía.

Existe además un miedo escénico atroz a cualquier cosa que suene «cuñadesca». Cualquier figura pública, de mayor o menor reconocimiento, tiene auténtico pavor a esgrimir un argumento que pueda ser interpretado, aun tangencialmente, como algo propio de un cuñado. Sospechar de cualquier cosa es, por necesidad, algo de cuñado… porque los cuñados –que van de listos– también son la necesaria palanca conspiranoica, aquella que garantiza una sociedad bien puesta en su sitio, sin andar cuestionándose tonterías. Sospechar o cuestionar una narrativa generalizada parece que se ha elevado a una condición exclusiva de conspiranoicos, y a su vez ser conspiranoico es de cuñados… por tanto la relación matemática es casi intuitiva.

Hace escasos días, Buenafuente entrevistaba a Marta Peirano… dada la temática de su libro, Buenafuente quiso hacer una pregunta del todo pertinente, pero fue necesario advertir a la platea antes de formularla: «Oye, ya sé que esto es un poco ya como de cuñao lo que te voy a preguntar, pero… ¿es verdad lo que se comenta de que… […]?» Y hace su pregunta, insisto, de lo más pertinente dada la temática del libro y contenido de la entrevista. Pero claro, la advertencia es necesaria, no vaya a ser que suenen las alarmas: «¡Ojo! Ocurrencia cuñadesca, ¡zafarrancho de combate! Que comiencen las mofas». Poner en solfa tu imagen mediática hoy, es más doloroso que nunca. Buenafuente, muy convenientemente, se cura en salud y usa el respectivo disclaimer. Sí porque, en esas andamos, así estamos… todo lleva su apéndice inadvertido, un disclaimer coloquial, como quien no quiere la cosa, por si acaso. Qué importante es la autocensura, el lenguaje, la narrativa, el control de tus pares, de tus semejantes. Gracias Orwell por tanto, qué felices somos.

Por tanto el cuñado ya no es el marido de mi hermana o hermano, el nuevo cuñado es mucho más. De hecho, ese familiar bien podría ser una persona muy querida, simpática, humilde, perfecta para hacer feliz a quien tiene al lado (que en definitiva es lo único que me debería importar). Pero… el «cuñado»… ¡ese otro cuñado! Ese que me hace sombra en las reuniones familiares, en los vídeos de Youtube, en las conversaciones de barra… ese puto cuñado, ha venido para quedarse y, con él, yo… su cuñado. La lengua, en efecto, está viva y se mueve… pero en vez de un anillo para gobernarlos a todos, nos estamos dotando de unos términos para autocensurarnos entre todos.

2 comentarios sobre “El cuñado español

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