Rompiendo una lanza

Querría lanzar una reflexión al desordenado y caprichoso albedrío de la inmisericorde red. En concreto, una reflexión en torno al fenómeno de los españoles que cruzan la frontera –la española– para buscarse la vida en cualquier otro sitio. Lo haré mientras escucho Spiritual de Pat Metheny y Charlie Haden.

Cubo call center

Trabajo en una de esas colmenas del siglo XXI que, para bien o para mal, nos está salvando las castañas a más de uno. Creo que, quizá por la propia naturaleza de mi función, me encuentro en una posición privilegiada para atreverme a hacer semejante análisis.

A grandes rasgos, me dedico a analizar la calidad de servicio y dar formación a las personas que se van incorporando. En general tengo relación directa o indirecta con prácticamente la totalidad del personal que trabaja en la campaña. Todos los días me encuentro en la tesitura de tener que analizar, corregir y mejorar –si corresponde– el trabajo de mis propios compañeros. Fui cocinero antes que fraile, y esto me ha dado la oportunidad de intentar realizar esta función de la forma más honesta que puedo.

Trabajar en un call center no es fácil… depende mucho de la campaña en la que se ubique el puesto y la época del año. Pero en general suele ser una actividad estresante y mal remunerada. Si a esto le sumamos estar fuera de casa, fuera del país, ganando un tercio o la mitad de lo que se habría ganado hace poco tiempo en tu ciudad o provincia, escuece más. Si además hay que volver a compartir piso, sin lograr capacidad de ahorro y en muchos casos dejar mujer e hijos en España… la cosa va escociendo progresivamente más. Por tanto sí… en efecto, hay trabajos bien peores… pero el mal de muchos no suele ser consuelo para un trabajador en estas circunstancias. El burnout está a la orden del día. De hecho es una constante.

Por norma, todos andamos pendientes de las noticias de casa… como el marinero que hace una navegación de cabotaje sin apartarse mucho de la orilla para que el desarraigo no duela tanto. Estar fuera acarrea toda una serie de dificultades y lecciones que, inevitablemente, flagelan a cualquiera… incluso a los navegantes más duros.

Uno de los fenómenos que más me ha llamado la atención es la relación que, en general, las personas establecen entre sí estando fuera de casa. En principio, esto puede parecer una perogrullada, pero en mi opinión no lo es. O, al menos, no lo será si se atiende al detalle de las relaciones personales que por inercia se establecen en España. Y sí… me refiero a las relaciones personales muy concretamente en España. Habrá similitudes y divergencias con lo que sucede en otras partes, pero ahora mismo pienso y reflexiono sobre lo que sucede con los españoles. La mayoría de las personas que trabajan codo con codo en estos lugares jamás –digo jamás– habrían cruzado media palabra de haberse encontrado en España. Estando en tu líquido elemento, la necesidad no te obliga a dejar de lado los prejuicios menos prácticos… y tener que adaptarse a un entorno desconocido e incómodo obliga a prescindir de todo aquello que no es útil: los prejuicios son una de esas cosas.

Esta necesidad de tener que recalificar la trascendencia de un valor moral adquirido (o sea, reubicar un prejuicio en tu escala moral interna) implica un esfuerzo… y dicho esfuerzo se une a la sensación de perspectiva que todo viajante tiene en la navegación de cabotaje que mencioné arriba. Ese esfuerzo, en la practica, viene a representar aquello que en otros sitios y épocas era ejercido por una respetable actividad: la Educación. Por tanto, a falta de pan… se acaba aprendiendo con tortas.

Ambos esfuerzos –ganar perspectiva saliendo del nido y tener que repensar tu escala de valores– tienen especial significado en el caso de los españoles, en mi opinión, por una realidad muy dura:

España se encuentra en una situación miserable. Llena de miserables. Con una moral miserable. Con unos valores miserables. Con una perspectiva de futuro miserable. Con un espíritu miserable que, paradójicamente, goza de una autoestima injustificada… injustificada por no reconocer la miserabilidad de su condición actual. Injustificada por haber llegado a un punto en el que los miserables ganan por puro capricho… Injustificada por la incapacidad de redefinir y jerarquizar su propia escala de valores… una escala de valores que resulte más natural y útil para la consecución de una convivencia pacífica, tranquila y respetable. O dicho de otra forma: adaptarse a los tiempos y avanzar. Se pretenden reciclar, readaptar y reutilizar los mismos elementos que ya han caído por su propio peso y uso. Pero es comprensible que cualquier mente miserable se aferre a la miserabilidad de su existencia. Lo que ya no es tan comprensible es que eso suceda con la dinámica existencial de todo un país. Es pura infamia y a esto, además, le debemos sumar el hecho de que la ignorancia es atrevida (que afirmación tan socorrida).

Tengo en mi mente una imagen: una compañera –arquitecta– de cuclillas al lado de un jefe de grupo, intentando explicar que se encontraba muy mal y que no podía seguir al teléfono. Estaba teniendo un ataque de ansiedad. La imagen que tengo grabada es, en concreto, cómo le temblaba el tobillo de pura ansiedad, incluso estando en aquella postura. Siguió trabajando más de un año hasta que tuvo que volver a España… pero no porque encontrase trabajo de aquello para lo que se formó, tuvo que volver por enfermedad grave de su padre. (Mucha suerte corazón).

Después de dos o tres años buscando trabajo, igual da lo mismo si eres arquitecta, ingeniero de minas, bióloga, bedel, bibliotecaria o ascensorista… te vas.

Al irte, intentas navegar en paralelo a la costa, sin alejarte mucho… siguiendo las noticias, intentando que la distancia y el desarraigo no haga demasiada mella. Que la distancia no cercene el vínculo con tus seres queridos… intentas estar fuera, pero estar. Intentas votar… quieres creer que tu voto llegará, que servirá de algo y lo cierto es que sirve. Sirve para implicarte y sentirte útil por un lado –que no es poco–; y por otro lado, el voto de un español en el extranjero tiene una simpática peculiaridad, y es que tiene un tacto especial, un tacto semi rugoso –sin llegar a escocer– que produce una sensación de placer y alivio cuando su señoría se lo pasa por el forro de los cojones. Pocas cosas dan tanto placer. Quizá comparable a ese momento en el que alguien decide hacer ejercicios de Kegel sobre el escaño del Congreso ejercitando el músculo pubocoxígeo haciendo ventosa con los labios vaginales externos sobre el cuero del escaño mientras utiliza las cuerdas vocales para graznar un QUE SE JODAN en forma de vómito. Otra cosa no, pero sus señorías deben gozar de una vida sexual bastante saludable –tan saludable como su salud moral–, a juzgar por los ejercicios genitales que gustan practicar.

Dicho esto, no es de extrañar que un factor determinante en esta ecuación sea el estado de ánimo de los agentes. Tengo que reconocer que, en general, es un factor que pasa desapercibido de cara al cliente final porque ante todo son buenos profesionales… pero por este lado las cosas se ven de otra manera. Porque cuando el cliente pregunta:

– Dónde estáis… ¿En Madrid?
Se responde:
– Sí, sí… en Madrid.

«En realidad llevo meses sin ver a mis hijos, duermo en una habitación con pulgas y cobro la mitad de lo que ganaba… en Madrid, precisamente». Situaciones peores hemos visto por aquí.

Es por esta razón que decidí lanzar esta reflexión… quiero romper una lanza por mis compañeros. Por ellos, y por todos los demás… de otros centros, de otras empresas, en otros países, en otros trabajos pero que, en general, han salido a buscarse la vida porque en casa el panorama es de pura miseria moral. Quiero romper esta lanza porque en su actitud hay esperanza; por entender que la forma incondicional que tienen de relacionarse debería representar el futuro de los españoles, y no una situación circunstancial de excepción. De nada sirve volver y retomar una mentalidad de tuercebotas. Además nos encontramos en la ingrata situación de tener que hacer la navegación de cabotaje utilizando buques y barcos –medios de comunicación en general– de nefasta reputación y bajísimo índice de flotabilidad. Escuchar las estridentes voces –más que voces parecen balidos– en los medios patrios nos recuerda que lo que en casa llaman «debatir con pasión», en el resto del planeta tierra lo llaman: mala educación. Es cierto que nos dificulta mucho la tarea a los que estamos allende la frontera… pero conviene recordar que: se la pela… ni siquiera nos echarán de menos. Aquellos miserables que frotan sus genitales en el cuero del escaño están más atentos a otro tipo de menesteres. Desde luego no será media docena de ñoños expatriados la que movilice a sus señorías. A fin de cuentas, lo que hay que hacer es ponerse a servir cafés en Londres para hablar inglés, al menos, tan bien como lo hacen ellos… those stuttering-clusterfucks of a miserable failures.

A este paso quizá ni valga la pena volver… pero eso ya es responsabilidad de cada uno.

Me llamo Luis Santos y, de momento, seguiré haciendo la misma navegación de cabotaje.

(It never entered my mind / Miles Davis Quintet)

7 comentarios sobre “Rompiendo una lanza

  1. Grandísimo Luis y grandísima verdad.

    Tan emotiva y entristecedora verdad como una lágrima soltada al vacío, y con ese humor ácido pero realista, tan grande como una carcajada o como graznar un QUE SE JODAN .

  2. Los dos monstruos de la música que sugieres, Metheny/Haden, junto a la acertada “acidez humorística”, ayudan a pasar el relato sin tener que echar mano del bicarbonato después.
    Gracias por este “bocado de vida” compartida.
    Un abrazo desde la esquina…

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