Combatiendo la pobreza de forma sencilla

Combatiendo la pobreza de forma sencilla
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Hay muchas formas de combatir la pobreza. Cualquiera que se mueva en el mundillo de los programas de desarrollo o contra la marginación social ha visto decenas de estrategias y políticas públicas para intentar mejorar la situación de individuos y familias. Reparto de alimentos, cabras o mosquiteras. Clases para utilizar fertilizante. Educación infantil. Clases de formación profesional. Micro-créditos. Compra de maquinaria agrícola. Programas antidroga. Compras de armas de fuego. Clases para ser mejores padres. Y así cientos.

Todos estos programas comparten un punto de partida similar: el estado, ONG o agencia pública ha identificado una de las causas de la pobreza, e intenta ponerle remedio. Tenemos una teoría sobre cómo cambiar las cosas, diseñamos un sistema para implementarla, y vamos a la gente pobre del mundo y les explicamos que si se educan, compran fertilizante, se vacunan o acaban la EGB dejarán de ser pobres.

Muchas de esas intervenciones están basadas en sólida evidencia empírica. Algunos programas tienen resultados realmente buenos. La inmensa mayoría de estos modelos, sin embargo, son descaradamente paternalistas. El estado, ONG o agencia pública ven un pobre, y es el estado, ONG o agencia quien lo que el pobre necesita. Asumimos que el planificador tiene un mejor plan. A menudo, eso no es cierto.

Hace unos años una ONG americana de ayuda al desarrollo decidió probar un modelo nuevo: la gente pobre es pobre porque no tiene dinero, así que démosles un fajo de billetes para ayudarles y listo. Nadie pasa una vida de escasez y privación por gusto; si pudieran salir de ella, podemos estar meridianamente seguros que así lo harán. Dado que la principal barrear entre ser pobre y dejar de serlo es el dinero, podemos repartirlo directamente, y confiar que los receptores sabrán qué tienen que hacer para cambiar su situación.

Es una idea sencilla, ciertamente. Quizás demasiado fácil. Los pobres se gastarán el dinero en iPhones, Nintendos, cerveza y drogas. Se van a comprar una tele de plasma y poner llantas de aleación al coche. Comprarán joyas y armas de fuego. Se lo pulirán todo en apuestas y juegos de azar. Son tontitos, los pobres. Por eso no tienen dinero.

El resultado, sin embargo, ha sido bastante distinto: el programa ha funcionado bien. Resulta que los pobres en Kenia tienen una idea bastante decente sobre por qué son pobres, y cuando les dan dinero para arreglar su situación acostumbran a gastarlo bien. Johannes Haushofer y Jeremy Shapiro, del MIT, han trabajado con GiveDirectly para organizar un experimento aleatorio controlado y analizar los efectos de ir a Kenia en medio de ninguna parte y ponerse a repartir pasta. Los efectos no son mágicos y maravillosos (nunca lo son), pero es una intervención más que efectiva: los receptores casi nunca compraron tonterías, a menudo lo invirtieron de forma productiva (ganado, montar pequeños negocios), empezaron a gastar más en salud y educación y comer mejor, y en general aumentaron la felicidad y prosperidad de sus familias. Cómo gastaron el dinero dependía, sobre todo, en si los pagos eran mensuales o recibían todo el dinero de golpe, pero los efectos eran casi siempre positivos.

Aunque indicadores como salud o educación infantil no mejoraron mucho (son difíciles de detectar en un estudio a corto plazo) y estamos hablando de un sólo estudio, etcétera, etcétera, es un resultado intrigante. Sabemos que vivir en situaciones de escasez continuada hace muy difícil pensar a largo plazo. También podemos suponer que uno de los principales problemas de ser pobre es que no puedes permitirte nada que te vaya a sacar del agujero. Dar dinero es una forma simple y elegante de solventar dos de estas barreras.

Esto explica también algunas correlaciones que he visto en otros estudios, por cierto. Por ejemplo, las familias con pocos ingresos que reciben créditos fiscales en Estados Unidos reduce la probabilidad de dar a luz a bebés por debajo del peso mínimo comparadas con aquellas que no los reciben. Simplemente, tener más dinero ayuda a tomar mejores decisiones.

En el mundo de las ONG y los programas sociales a menudo complicamos demasiado las cosas. En muchos casos, puede que los pobres necesiten algo de dinero a corto plazo, y nada más que eso.

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