Remunicipalización y construcción de lo común

Remunicipalización y construcción de lo común

Revista Trasversales número 37 febrero 2016

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José Luis Carretero Miramar
es profesor de Formación y Orientación Laboral. Miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).

“¿Control? ¿Inspecciones? Sí, sí ha habido inspecciones del cumplimiento de los pliegos de las contratas estos últimos años. Te contaré cómo funcionaban: el inspector del Ayuntamiento llamaba a la empresa antes de ir y ésta avisaba a los trabajadores. Ese día estábamos todos allí, tuviéramos turno o no. Todos. Hasta los administrativos de la empresa se ponían un mono para que pareciera que eran operarios. Cuando llegaba el inspector había un montón de gente ‘trabajando’ allí. Todo bien, todo perfecto, todo cumplido. Cuando se iba volvían a quedarse los que de verdad trabajaban ese día. ¿Metros de acera limpiados? No me hagas reír. Y los que han venido ahora nos hablaron de remunicipalización en la campaña, pero, de momento, el único cambio es que la empresa nos ha puesto GPS en los cubos de basura”.

Esto es lo que cuentan los operarios de la limpieza viaria de una gran ciudad española, una de esas urbes que han caído en las manos de las candidaturas del cambio. Los operarios de esos servicios externalizados de los que todos nos quejamos, pero a los que, finalmente y de momento, nadie parece dispuesto a meter mano.

¿Externalizaciones? Tras la crisis de los 70 el Capital desarrolló una serie de estrategias básicas para su supervivencia en un contexto de resistencia obrera y de los países periféricos, y de brutal amenaza a las tasas de ganancias en las actividades productivas, que habían sido la base del mayor ciclo de acumulación y crecimiento que había vivido la humanidad. Las estrategias fueron la descentralización productiva y la flexibilización del trabajo, debilitando la resistencia obrera; la globalización y financiarización de la economía; y lo que el geógrafo británico David Harvey ha llamado la “acumulación por desposesión”.

La acumulación por desposesión no era algo nuevo. Forma parte del ADN originario del capitalismo. Así es como se hizo la famosa “acumulación originaria” a la que Carlos Marx dedica gran parte de las páginas de su obra. Desposeer a las poblaciones de sus bienes comunes que garantizaban su subsistencia y una cierta independencia es una inveterada tradición liberal. Lo único nuevo es que las energías de los mercantilizadores se dedicaron, en la deriva neoliberal de las últimas décadas, a privatizar y convertir en yacimientos de plusvalor muchos de los servicios que habían formado parte del Estado de Bienestar keynesiano que había fundamentado la paz social en el Centro mismo del sistema global. Eso explica que, según Jordi Colomer, hayamos llegado al punto de que el volumen de servicios públicos municipales privatizados en el Estado Español, tras la aprobación de la Ley 7/1985, de 2 de abril, reguladora de las Bases de Régimen Local, que fue la que permitió la llamada “gestión indirecta” de los mismos, supere los 17.400 millones de euros, con una oportunidad de crecimiento de cerca de 19.600 millones más.

Un buen negocio, no hay duda. Favorecido por la muy oportuna emergencia de las figuras laborales de las contratas y subcontratas, y alimentado por el mismo capital que infló el ladrillo, y que fue rescatado por las daciones en pago de la banca (muchas veces rescatada con dinero público) a constructoras y promotoras. Por no hablar del fluir de los fondos especulativos globales, tras la crisis, hacia los despojos de una economía quebrada y en estado de subasta.

Una acumulación por desposesión que tiene sus costes para las poblaciones: encarecimientos de los servicios, provocados por sobrecostes que van del 22% a más del 90%, respecto a la prestación directa por los municipios, según el propio Tribunal de Cuentas, que habla de un 27% de aumento del coste en la recogida de basuras, o un 71% en la limpieza viaria; prestación de un servicio de menor calidad y que suele poner en riesgo el concepto de universalidad del mismo, dejando sin cubrir las zonas degradadas de las metrópolis, que a nadie parecen importar. Infra-inversión y precariedad laboral, junto al nepotismo empresarial y la constitución de una vía de entrada para la corrupción de los actores políticos municipales.

Las resistencias, por supuesto, también e­xis­ten. Y están alcanzando el nivel de una contraofensiva. Una contraofensiva global confluyendo en torno al concepto de las llamadas remunicipalizaciones.

En los últimos 15 años se han producido 235 casos de remunicipalización de los servicios de agua en 37 países. El más sonado es el de Yakarta, en Indonesia, donde 9,9 millones de personas veían amenazado su acceso a tan imprescindible elemento por la gestión privada del mismo. Pero el centro del movimiento está en los países del Norte global, donde el keynesianismo fue una realidad efectiva en su momento, más allá de las declaraciones desarrollistas del populismo periférico.

En la Unión Europea merece la pena detenerse en la remunicipalización de muchas empresas energéticas alemanas y en los referéndums populares que exigen plan­tearla en ciudades como Berlín o Ham­bur­go. En Francia, la cuna de las multinacionales del agua privada como Veolia, la ciudad de París remunicipalizó el servicio con­­­siguiendo un ahorro el primer año de 35 millones de euros, y procediendo a bajar la ta­ri­fa a los ciudadanos un 8%. En Fin­landia, donde el epicentro está en los servicios de limpieza viaria, la iniciativa alcanza ya al 20% de los municipios.

El movimiento ha llegado también al Es­tado Español: ya en 2011, la ciudad de León, con un gobierno del PP, procedió a la remunicipalización del servicio de limpieza. Vidreres, Vilanova i la Geltrú, Cambrils y otros municipios han procedido a remuni­ci­palizar los más variados servicios, con evidentes ahorros para sus cuentas públicas. El caso más paradigmático es Medina Glo­bal, la empresa municipal de Medina Si­donia (Cádiz), que ahora gestiona el a­gua, la limpieza viaria y la recogida de residuos sólidos urbanos de la localidad.

Una contraofensiva. Este movimiento existe y está creciendo, pero no es dominante. La hegemonía sigue estando en los de siem­pre, y las privatizaciones avanzan a más velocidad que las remunicipalizaciones. Esto mismo ocurre con las otras medidas paradigmáticas del intento de contraofensiva keynesiana de la socialdemocracia real: los controles de capitales, como la Tasa To­bin, los mecanismos de ingresos mínimos, la reescritura de la estructura europea, el re-centramiento en el capital productivo frente a especulativo. Todo ello avanza, nos suena, empieza a ocupar espacios mediáticos, pero no domina, no termina de erigirse en alternativa efectiva para la dirigencia política global.

Al inicio de la crisis todos los economistas serios imaginaron una salida keynesiana suave y más o menos rápida: el Capital ra­zo­nará y desplazará a los gestores liberales. Llegará la alternativa social y de mercado, construirá un capitalismo con rostro humano y estabilizará el edificio global con una reedición verde de los “reinta gloriosos”.

No ha sido así, y ya deberíamos preguntarnos por qué. Por qué hasta donde la nueva socialdemocracia gana (como en el Ayun­tamiento de Madrid) y toca poder, el proceso no es tan fácil ni tan lineal. Por qué los nuevos actores institucionales madrileños son incapaces, no ya de remunicipalizar los servicios públicos devastados por la gestión de las contratas provenientes del ladrillo, sino incluso de solventar con decisión las críticas más absurdas por un asunto de títeres. Por qué los movimientos no pre­sionan a los representantes institucionales y éstos aparecen desnortados, entre el narcisismo mediático y la falta real de discurso que vaya más allá del “señores del po­der, dennos una oportunidad, nosotros podemos gestionarlo mejor”.

A lo mejor es que la salida keynesiana ya no sirve.

A lo mejor es que hay que ir mucho más allá, más allá de la gestión del Capital, o de la alternativa social y de mercado.

Construir lo común precisa de elementos diferentes. Y para generar la masa crítica que permita la remunicipalización de los servicios públicos, así como una ofensiva real sobre los resortes de poder efectivos de la sociedad, hay que construir lo común. La base teórica, práctica, material, e incluso es­tética, de una sociedad enteramente trans­formada. De una vía de salida del ca­pitalismo histórico. Algo que encarne los de­seos reales de cambio y que galvanice las energías ahora dormidas de las clases populares.

Remunicipalizar de otra manera, que construya pueblo, que construya poder popular. Remunicipalizar desde la perspectiva del protagonismo de obreros y vecinos, de la autogestión y de la democracia de base. Más allá del keynesianismo está la potencia de la creatividad de las clases subalternas.

Caben varias posibilidades, que deben ser experimentadas, para los servicios municipales recuperados: la cooperativización ba­jo control de trabajadores y vecinos, para favorecer el empleo barrial y el tejido económico autogestionario en los espacios cercanos; o la gestión directa bajo control obrero y ciudadano, con formas de participación de los trabajadores basadas en la asamblea.

Avanzar en la superación de la dicotomía entre propiedad privada y pública, generando, construyendo e imaginando la nueva forma de propiedad comunal-comunitaria. La forma jurídica de la democracia económica más profunda, el producto del protagonismo popular hecho piedra basal de la nueva sociedad. No debemos tratar de evitar el conflicto a toda costa, sino de acumular fuerzas, empoderando a los sectores so­ciales sometidos y desplegando todas sus po­tencialidades.

Más que intentar racionalizar el despojo global hay que avanzar en el despliegue de una nueva racionalidad, producto de la lucha efectiva y las capacidades productivas de las poblaciones.

Construir. Para hacer visible lo inconstruido.

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