CRÓNICAS DEL DESPUÉS (II)

CRÓNICAS DEL DESPUÉS (II)

David Rovics, un cantautor estadounidense contemporáneo muy conectado con el movimiento “occupy”, tiene una canción titulada “After the Revolution”, en la que nos recuerda, desde un supuesto futuro en el cual la revolución ha triunfado, lo que ocurrió después, después de que muchos de los cambios que nos gustaría ver hoy se dieran, después de esa revolución que muchos ven como eventualidad deseable o inevitable. Lo que me llama la atención de esta canción no es tanto su técnica poética como su forma de hacernos reflexionar. Y es que a veces estamos tan centrados en lo que está pasando, sobre todo en lo malo, que se nos olvida levantar la vista y mirar más allá del ahora, y pensar en el después, en qué haremos después (de la revolución).

Pensando en esto, y por deformación profesional, tal vez, creo que necesitamos, para llegar a ese después, ante todo, cambios profundos en el sistema educativo. Y es que a nadie se le escapa, a día de hoy, que este sistema hace aguas por donde se mire, gobierne quien gobierne. A pesar de que todos los ejecutivos entrantes dicen apostar por la educación y que todos parecemos estar de acuerdo en que es importante, no parece estar tan claro que exista un compromiso con la educación como mecanismo de mejora social, eso tan necesario para que la fibra de una sociedad sobreviva, sobre todo en tiempos de orquestada zozobra. Para llegar a ese después de la revolución, tenemos que empezar a prepararnos hoy, y esto, inevitablemente, pasa por plantar las semillas de una sociedad que no esté avocada a cometer los mismos errores.

Pero, claro, como siempre que se habla de alguno de estos temas complejos, nos asalta la pregunta del millón: ¿y, entonces, cómo? ¿Cómo es esa educación que nos ha de llevar hasta después?

Vaya de entrada que no presentaré hoy un remedio milagroso que triunfe allí donde han fracasado, en sucesión cuatrienal, las distintas reformas educativas que hemos vivido y sufrido en los últimos treinta años. Pero sí creo que merece la pena hacer una reflexión sobre este tema que mire más allá de lo que ha sido y lo que es. Y podríamos empezar, tal vez, por hablar no tanto sobre los métodos de enseñar, sobre lo que podemos encontrar volúmenes escritos, sino sobre los objetivos de la enseñanza. Al fin y al cabo, los medios pierden su sentido si no se tiene muy claro el fin hacia el que se dirige su uso. Y yo creo que nos hemos perdido, como sociedades, al centrarnos muchas veces más en los modos de enseñar que en para qué enseñamos.

Para llegar a después, podemos empezar por enseñar de modo que no haya posibilidad de tener una sociedad desinformada y sin espíritu crítico; enseñar de modo universal y diverso, para que no haya que luchar contra las consecuencias del racismo, el clasismo, el nacionalismo y el individualismo; enseñar de modo que la opción de servir en las fuerzas de represión de gobiernos y naciones no sea una opción deseable; de modo que se comprenda la profundidad del daño que hacen la tortura, la explotación y el asesinato hechos en nombre de cualquier idea; enseñar de modo que la caridad no tenga sentido por innecesaria y perpetuadora de sistemas sociales injustos. También, podemos continuar por enseñar de modo que el bien común esté representado en todo su sentido frente a la propiedad privada y al beneficio de unos sobre otros; enseñar de modo que la idea de libertad no pueda ser ya más abusada por quienes la visten con difusas ropas, para que podamos aspirar a la igualdad, que, de facto, se nos niega, y que es mucho más tangible y mucho más fácil de definir, medir y realizar que la libertad inconcreta que se nos vende; enseñar mirando al futuro y no solamente perpetuando el pasado, de modo que no haya más lastres plomizos con los que hundirnos en los puertos de la historia sino herramientas heredadas con las que solucionar los problemas que vendrán. Y, finalmente, podemos terminar por enseñar de modo que no haya que deformar la educación cada cuatro u ocho años; de modo que no haya posibilidad de tener una clase política inepta y ruin, con pésima formación y menos ética; enseñar, en fin, de modo que cada persona pueda educarse a sí misma y a otros, para que el saber, las habilidades y el conocimiento no sean maná del cielo que baja para ser gestionado por múltiples intermediarios, sino propiedad común de un pueblo y de las gentes que lo constituyen y le dan significado. En una palabra: ENSEÑAR.

Pero, claro, enseñar así requeriría un modelo de sociedad verdaderamente igualitaria al que aspirar y esto podría no ser compatible con las intenciones de determinados grupos a los que la crisis económica les ha venido muy bien, y a los que les estorbaba el estado del bienestar y han soltado a sus perros de caza tras cada uno de los bienes comunes más preciados: la educación, la sanidad, la seguridad social. En concreto, a la educación pública, no hay ataque que no se le haya hecho desde hace más de treinta años, empezando por el rosario de leyes orgánicas que se han sucedido una tras otra en macabra procesión hacia el calvario educativo, siguiendo por los parches y recortes con los que se ha intentado mantener a flote un barco al que se le disparaban cañonazos sin parar, y acabando por la desmembración y venta por piezas del sistema educativo común a través de competencias, conciertos y aperturas por las que se han ido colando los efectos autodestructivos de la privatización caníbal y el nacionalismo monolingüe.

Pero, ¿por qué este ataque prolongado? ¿Qué se espera conseguir con esto? Creo que es Noam Chomsky quien mejor resumió, con devastadora claridad, durante una conferencia este pasado mes de febrero, la intención última de este “asalto” a la educación pública, cuando subtitulaba su intervención advirtiendo que “nuestros hijos están siendo preparados para la obediencia pasiva, no para vivir vidas creativas e independientes”.

Me pregunto, entonces, si este es el futuro inevitable al que nos enfrentamos, si lo único que podemos hacer es sentarnos a ver cómo la educación deja de ser bien y objetivo común, perdiendo su misión como instrumento de mejora social para convertirse en un medio de opresión. Asumamos que no, y enfrentemos entonces la pregunta que sigue a dicha asunción: ¿cómo evitamos esto?

Juntos.

Dado que, poco a poco, hemos perdido el control sobre los aspectos de la vida pública que más nos afectan, las soluciones a los problemas que estamos empezando a enfrentar pasan por organizarse a nivel local. En educación, el nivel más básico sería el de las asociaciones de madres y padres de alumnos. Estas asociaciones pueden tener un gran peso en las decisiones que afectan a los centros de enseñanza en los que se constituyen. Pero, no sólo deben actuar a este nivel. Expandir las acciones de las APAs, buscando la cooperación con las asociaciones de otros centros así como la colaboración con ayuntamientos y diputaciones, es imprescindible para que se puedan tomar medidas comunitarias y exista integración a nivel local, así como un compromiso firme con la educación en sentido amplio. Además, es importante que estas asociaciones no se limiten a responder a las crisis, o simplemente a ser un órgano de consulta, y que tomen una actitud más proactiva, impulsando programas extraescolares que refuercen tanto el aprendizaje como la cohesión social. Esta actitud, combinada con una de vigilancia, puede ayudar a mantener fuera de los municipios los distintos “caballos de Troya” que se dejan continuamente a las puertas del sistema educativo, como el de la privatización y, últimamente, el de la “educación en casa”, ya que presentan aparentes soluciones que, en el fondo, no son sino disimulados ataques contra lo público.

El siguiente nivel donde se puede trabajar es en el de los ayuntamientos. Dadas las pocas competencias que tienen los cabildos en educación, y que todas son competencias de apoyo (mantenimiento, limpieza, infraestructuras), podría parecer obvio que a este nivel no hay mucho que se pueda hacer. Pero esta conclusión sólo puede ser cierta si consideramos la educación en un sentido administrativo. Si pensamos de manera más amplia, serían las concejalías de cultura las que más pueden hacer para apoyar a la educación, colaborando con las escuelas y las APAs para generar, gestionar y coordinar programas de actividades extraescolares, iniciativas, talleres y eventos destinados a complementar lo académico con lo aplicado, y, al mismo tiempo, a implicar a escuelas, familias, alumnas y alumnos en un esfuerzo comunitario por la educación que vaya más allá del reducido ámbito de lo escolar.

Por supuesto, toda medida relacionada con la mejora de la educación, va a requerir un cambio de actitud. Esperar a que lleguen el apoyo y las subvenciones desde el gobierno regional o nacional, a estas alturas, con la que está cayendo, es sentarse a esperar en balde. Tener una actitud proactiva y no abandonar lo común, lo público, en estos momentos es mucho más adaptativo y pragmático, e implica estar dispuestos a buscar la manera de gestionar el capital humano del que dispone cada comunidad, a recaudar fondos para poder hacer programas que son necesarios, a emplear nuestro tiempo y nuestro esfuerzo en participar en dichos programas; implica, en definitiva, volver a tomar control de la realidad que nos rodea, no sólo porque es nuestra responsabilidad, hacia nuestros hijos e hijas y hacia nosotros mismos, sino porque esa realidad es nuestra, un bien común compartido del que somos a la vez responsables y beneficiarios. Juntos.

Memphis, 12 de marzo de 2013

Federico C Gomez Uroz

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