El trabajo como valor y no como mercancía

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Tras la aprobación de la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) aprobada por iniciativa de Unidos Podemos, seguro que ahora vamos a escuchar muchas quejas de economistas neoliberales en el mismo sentido: que eso no servirá porque elevará los precios de los productos por lo que no tendrá mucha incidencia en el salario real, que el aumento de los costes laborales hará que haya más despidos y menos contrataciones, y que el aumento que supondrá en las ayudas públicas y salarios públicos supondrá un desastre en las cuentas públicas con el consiguiente apocalipsis que eso desata según estas visiones.

Lo peor es que este discurso está tan asentado que una parte importantísima de la “izquierda” o “pseudoizquierda” lo acepta. Tanto es así, que en realidad, ya ni siquiera la izquierda defiende el trabajo como valor, siendo tradicionalmente aceptado como coste.
Estoy totalmente de acuerdo con Enrique Dussel cuando dice que El Capital de Marx es un inmenso trabajo ético. En esta tradición occidental que, desde Aristóteles ha despreciado el trabajo (lo que valora la ética calvinista que está en las entrañas del capitalismo es más bien el esfuerzo de frugalidad y sacrificio para acumular, no el trabajo en sí, sino el dominio de las pasiones para dedicar los recursos a la explotación y no al uso y necesidades) la increíble defensa del valor del trabajo y del papel de la clase obrera en la historia y la lucha contra la injusticia, que lleva a cabo Marx, es sencillamente revolucionaria. Creo que el éxito del neoliberalismo se debe a que la izquierda ha perdido esa visión ética, ha dejado de defender valores. El complejo de la izquierda a defender el valor del trabajo llega a tal punto que Cristina Cifuentes llegó a decir en un tuit que el Partido Popular es el partido de la responsabilidad, no recuerdo qué mas, y el trabajo. Y nadie dijo nada.

Y la cosa empeora. El trabajo va siendo considerado ya ni siquiera un coste, sino prácticamente una ayuda que los inversores dan a los trabajadores. En un primer momento, el neoliberalismo definió como coste las dos formas principales de dar efectividad a los derechos sociales, las prestaciones y servicios públicos estatales y los “costes laborales”. Tal y como exigió Huntington, dejaron de ser hablados como inversión, como derecho o retribución en justicia, para ser designados como costes. Con esto, se les empezó a restar legitimidad y a señalar como reivindicaciones contrarias al interés general. Hoy día se está llegando a mucho más, porque ya se señala como un coste ilegítimo. Se está defendiendo por la visión neoliberal hegemónica que la retribución laboral no debe ser fija, sino que debe bajar (no se dice nunca que también deba subir) cuando la empresa lo necesite, remarcando esta visión del trabajo como algo que “da” la empresa. El trabajo no es un valor en sí, sino que la empresa o la inversión lo convierte en valioso, y si no alcanza a producir el suficiente beneficio para la empresa, entonces su valor debe resultar menor.

Hoy día no solo es mercancía, sino que es la mercancía peor pagada, la más despreciada. No conozco ninguna otra mercancía que por ley, pueda ser pagada por debajo de su precio de reproducción (la propia UE reconoce que el SMI español está por debajo de las necesidades vitales de una familia), y el Estado mismo negará ayudas, prestaciones y derechos a quienes no acepten vender su “mercancía-trabajo” por ese precio.

Además, en una sociedad donde el trabajo es la única vía de acceso a recursos para vivir y producir para la mayoría de las personas y familias, la negación de derechos al trabajo acaba conllevando la imposibilidad de reproducción de la vida y la producción, porque ambas dependen de estas familias.
No quisiera invisibilizar que en última instancia, el desprecio tan brutal que tiene el trabajo como mercancía, se debe a que su reproducción está en la familia… Puesto que se invisibiliza que es desde la familia y no desde la empresa desde donde se reproduce. Pero el trabajo se presenta como algo que se reproduce en la empresa… esto es: si se dan recursos a la empresa, ella produce trabajo. La iniciativa empresarial se presenta como algo cuya reproducción depende del capital. Esto es una barbaridad que se sostiene en última instancia por el patriarcado. Así que lo que se concluye es que, para que la producción funcione, deben darse recursos a las empresas, o más bien al capital que es el que “da” trabajo en la empresa y tiene la iniciativa (porque la iniciativa de producción parece considerarse un acto propio del capital y no de trabajo).

Pero nada de esto es cierto. El trabajo como la iniciativa para una nueva actividad productiva (que es la iniciativa humana y es un tipo de hacer o trabajo) es un acto humano, y como tal la reproducción del mismo es algo que se hace en la familia, no en la empresa.

Los argumentos en contra de subir el SMI se presentan como argumentos económicos, supuestamente basados en una argumentación técnica incuestionable. Pero no es así. Tienen mucho de contenido ético: los objetivos que deben perseguirse son impuestos desde unos esquemas morales o identitarios o de decisiones de poderes políticas, y los elementos que se valoran como positivos a ese objetivo también son en valorados en función de esos esquemas.
Como correlato, nadie puede prever con certeza qué pasará si se cambian las bases de nuestra forma de repartir o distribuir los recursos existentes y los beneficios del trabajo. En todo caso, más bien, todo hace pensar que un reparto más equitativo, que aumente los recursos disponibles para las familias y para el trabajo, como motores de la economía, supone o debe suponer un aumento de la eficiencia de todo el funcionamiento de la producción.

Siempre recuerdo un pasaje de los escritos de juventud de Marx, hablando de la propiedad, en los que recogía que J.B. Say, comenzaba su estudio económico diciendo que él aceptaba como base la regulación de la propiedad existente, que no podía cuestionarlo.

Cualquier estudio económico que parte de la afirmación de un orden jurídico como valor y de unos objetivos impuestos, dirá que cualquier cambio en ese orden jurídico o cualquier inclusión de otros objetivos, supone una ruptura del orden, un caos. Pues claro. De eso se trata.

Los estudios económicos son imprescindibles, sin duda, pero no pueden anular el debate sobre los derechos y la justicia. Si lo hacen, los que tengan el poder de definir lo hegemónico económicamente impondrán sus privilegios y su injusticia sobre todos los demás. Y esto estamos viviendo hoy día. Hoy día, escudados en una serie de informes y teorías económicas, las élites internacionales están convenciendo a la ciudadanía de países enteros que dejen de reivindicar sus derechos, que son injustos o que son inviables, que renuncien a ello. Esta es la aberración, y esta es la línea de las protestas neoliberales que escucharemos contra la subida del SMI.

Para debatir sobre los derechos a los que debe dar lugar el trabajo, la primera determinación de este debate es sobre valores humanos que deben ser reconocidos jurídicamente, sobre derechos. El enfoque principal para pensar el trabajo no puede ser un enfoque economicista que decida que el trabajo es una mercancía, un coste para la sociedad. El trabajo debe ser visto no como mercancía, sino como un valor y como tal, considerarse un título de atribución de derechos. El trabajo, el hacer humano, es el desarrollo de la personalidad de las personas, y como tal la manifestación de su dignidad. El trabajo solo puede ser convertido en mercancía cuando se le niegan a la persona trabajadora los derechos que deberían corresponderle como persona plena, como ya expliqué aquíi. Mientras aceptemos el trabajo como mercancía, negamos la dignidad de las trabajadoras y los trabajadores.

El trabajo debe ser un título de atribución de derechos. Debe defenderse como valor (al contrario que en su visión como gasto). Cuando reconocemos jurídicamente un valor, asignamos o reconocemos derechos en función de dicho valor. El trabajo debería ser un título de atribución de derechos como el derecho a decidir, al fruto del trabajo, al uso de los medios de producción, y por supuesto al pago de los costes de reproducción del trabajo, claro.

Las sociedades humanas son determinadas no solo por factores económicos, sino por todo tipo de factores y dinámicas, como poco, las económicas, políticas, jurídicas… Si dejamos de luchar y exigir justicia en una de estas dinámicas, acabaremos como estamos acabando. Si dejamos de luchar en política para seguir determinaciones economicistas de una ideología más que cuestionable como la neoliberal, acabaremos gobernados por instituciones tecnocráticas, como estamos acabando. Si dejamos de luchar y exigir justicia reivindicando nuestros derechos, acabaremos con un mundo injusto, donde no se pueden desarrollar valores fundamentales de la humanidad y se impone la desigualdad, como estamos acabando.

Además, no cabe nunca olvidar algo. La lucha por los recursos para la reproducción de la vida y la producción, nunca se produce solamente por cauces económicos, siempre se llevará a cabo una lucha política para conseguir la intervención estatal o del poder político institucional cuando sea necesario y una lucha jurídica para cambiar las bases de derechos existentes. La debilidad del trabajo como valor político y como valor jurídico está llevando a que los trabajadores y trabajadoras no tengan derechos ni fuerza política para defenderse de los ataques políticos y jurídicos de la minoría hegemónica. Esto se ve en hechos como la terrible carga impositiva que se carga sobre el empleo o las duras condiciones para ayuda al trabajo o las cargas al trabajo autónomo, etcétera… o con la negación de derechos básicos, la falta de inspección laboral, etcétera… Y la nula validez jurídica, que por ejemplo, las deudas salariales sean las que prescriben en 20 días mientras las tributarias prescriben a los 4 años y las generales a los 15 años!!!, y un larguísimo etcétera.

Lo que estoy exponiendo en este artículo responde o trata de responder a las críticas y el tipo de críticas que se van a recibir. No significa que ningún nivel determinado de SMI sea una valoración adecuada del trabajo como título de atribución de derechos plenos y no como mercancía. Precisamente, para valorar el trabajo como título de atribución de derechos debería hacerse desde un esquema de valores diferentes que de lugar a un ordenamiento jurídico de naturaleza totalmente distinta, para mí necesariamente deberá superar el patriarcado, como explico aquíii, y siendo yo particularmente favorable al esquema propuesto por Vandana Shiva en La Democracia de la Vida.

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