Rabia

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Atenas en llamas, 12 de Febrero de 2012. 

Queridos lectores,

En su documentado y altamente instructivo libro “Colapso: Por qué algunas civilizaciones perduran y otras sucumben” (para quien no tenga el libro y sepa inglés, puede ver “la película” en el enlace precedente), Jared Diamond repite una pregunta que le ha pasado por la cabeza a decenas de antropólogos cuando estudian la isla de Pascua y su colapso por exceso de explotación de los exiguos recursos de los que disponía: ¿qué debió pasarle por la cabeza al hombre que cortó el último árbol? Incluso asumiendo que una comunidad desesperada sea incapaz de ver el deterioro progresivo e inexorable de sus bosques, aquel último árbol significaba un punto de no retorno obvio incluso para los que tienen poca capacidad de anticipar el futuro. ¿Cómo pudo ser que aquel hombre no viera que era el último árbol, que después de eso ya no tendrían más leña? ¿Que por tan poca ganancia se condenaba? 

Yo me imagino a aquel hombre, y elucubro sobre lo que le pudo pasar por la cabeza. Subió a la pequeña colina, a buscar leña para el fuego, para una canoa o para hacer una palanca con la que desplazar un moai. De niño aún había visto aquella misma colina poblada por un bosque ralo, muy diferente de aquel tan frondoso que le refería su abuelo – aunque seguramente su abuelo exageraba su memoria de juventud. Pero era verdad que ya sólo quedaba allí su árbol. Se detuvo un segundo antes de comenzar a abatirlo: cuando hubiese acabado ya no quedarían árboles en toda la isla. Sintió un peso frío en el estómago. Bueno, pensaría para tranquilizarse, ¿quién dice que no hay árboles en toda la isla? Él hacía tiempo que no iba a los territorios de las tribus rivales, y seguramente ellos se están reservando sus árboles para asegurarse la victoria alzando los moais más grandes. Hijos de mala madre; habrá que entrar a buscar leña allí: la última guerra no fue muy bien, pero ahora puede ser diferente. Será diferente. En realidad estamos tan mal por culpa de ellos. Si no nos dan su leña por las buenas se la tendremos que arrebatar. Tenemos que echarles al mar, a esos malnacidos. Aún dudó un poco, pero pensó: si yo no corto el árbol, vendrá mi vecino y lo cortará él. Y eso sí que no. Y sin pensarlo más empezó a talarlo.


¿Somos tan diferentes nosotros? En una conferencia que impartió uno de mis colegas en el Instituto de Ciencias del Mar, hablando de sobrepesca, el ponente mostró una transparencia con las especies de pez documentadas a principio del siglo XX como propias del Mediterráneo Occidental que nosotros ya no habíamos llegado a conocer; eran unas 30, y eso sólo de las documentadas, que son una fracción ínfima. Los más viejos de mi instituto han visto peces que jamás verán los más jóvenes. Y aún así seguimos apretando las tuercas, a ver cuánto podemos exprimir la población de atún rojo del Mediterráneo, a ver si el pequeño aumento registrado el año pasado permite subir las cuotas de pesca. Ya no lo hacemos con la anchoa del Cantábrico porque de manera efectiva la hemos exterminado. Y, en realidad, si van mirando, pasa lo mismo con tantos y tantos recursos. ¿Somos de verdad diferentes de aquel habitante de la Isla de Pascua que cortó el último árbol?


En su libro, a partir de los indicios sobre el terreno, Diamond especula sobre cómo debieron ser los últimos 100 o 200 años antes de la llegada de los exploradores europeos, cuando la población declinaba irreversiblemente y se hubiera extinguido de no haber llegado los foráneos. Los restos de huesos humanos, muchos con heridas de arma, algunos roídos… los moais deliberadamente derribados o vandalizados… algunos retazos de la tradición oral de los pocos descendientes que poblaban la isla cuando llegaron los europeos… Diamond teje una trama más o menos realista, pero en todo caso muy evocadora. Según él, parece probable que en medio del cataclismo ambiental y de recursos, con la gente desesperada, muriendo de hambre, hubo una revuelta. La gente se alzó contra sus antiguos líderes políticos y religiosos, y la antigua religión (que les llevaba a erigir con gran coste de recursos los pesados moai) cayó en el total descrédito. La gente sintió rabia, entró en las casas de los ricos y vio como vivían mucho mejor que ellos. Arrasaron con todo. Derribaron algunos moais, los mismos que poco antes veneraban y eran el motivo de orgullo de cada tribu. La mera rabia, la impotencia por no saber salir del agujero donde ellos mismos de habían hundido, les llevó a una vorágine de muerte y destrucción que los dejó más debilitados e incapacitados que al principio.


¿Somos tan diferentes? Ayer el parlamento griego, en una sesión agónica, aprobó el enésimo paquete de medidas de ajuste, más represivo y ominoso que los anteriores, a los cuales se acumula. Mucha gente no lo soportó más y se echaron a la calle por miles, originando graves disturbios. La policía se quedó sin gas lacrimógeno, la turba entró a saco y quemó decenas de edificios del centro de Atenas, principalmente bancos. Los grandes símbolos del triunfo de hace una década, los banqueros, son ahora señalados con el dedo, al igual que los políticos (la analogía con los líderes religiosos y políticos de la isla de Pascua es inevitable, sobre todo teniendo en cuenta aquella máxima de que el único Dios es el dinero que de forma tácita se aceptaba hace tan sólo 10 años). Y todo eso, para conseguir el segundo paquete de ayuda económica de la Unión Europea que permitirá al país heleno capear sus obligaciones de pago del mes de Marzo pero posiblemente no por mucho tiempo. ¿Qué sentido tiene prolongar esta agonía cuando sabemos que esta crisis no va a acabar nunca? ¿Que la recesión que ahora comienza hará aún más complicado no el retorno de la deuda griega, sino de los demás países europeos? ¿Que negarse a aceptarlo sólo nos lleva al colapso? ¿No sería más lógico aceptar que el modelo que intentamos mantener ya no funciona y que se tiene que redefinir? ¿No tiene eso más sentido que, empujados por el empeño de pagar unas deudas impagables, acabemos mal vendiendo el patrimonio que nos queda, acabemos cortando el último árbol de la isla?


El futuro no está escrito, pero el pasado sí. La mayor soberbia está en creernos mejores que nuestros ancestros; lo seremos sólo si somos capaces de aprender sus enseñanzas. Necesitamos un plan, y lo necesitamos ya.

Salu2,
AMT

2 comentarios sobre “Rabia

  1. Si somos capaces de entender cómo el subsahariano que nos saluda sonriente, mientras esperamos impacientes el semáforo verde, los recursos que utilizó para llegar ahí y los que utiliza para sonreir cada día en el semáforo, sabremos lo que seremos capaces de hacer con los recursos que nos quede en nuestro futuro.
    Sin embargo no va a depender de nuestra capacidad nuestro porvenir de igual modo que tampoco dependió del pueblo yugoslavo atomizarse a sangre y fuego, ni del pueblo iraquí, ni de los pueblos norteafricanos, ni del pueblo griego ahora.
    Si hemos dejado tanto poder en manos de la clase que nos llama “gente sucia”, que dice que sobramos cerca de un tercio de la población para regenerar el mundo (una tercera vez más en los últimos cien años) ¿podemos decidir algo más que en qué futuro jabón queremos convertir nuestras grasas?
    Me parece muy encomiable que el Colectivo Burbuja se afane en denunciar la inconsistencia de las políticas económicas aplicadas ayer y hoy.
    En mi opinión es que no se trata de políticas para resolver nuestro problema porque no las hacen para beneficiar a nuestra “clase sucia”. Son instrucciones tan eficaces como los ladridos de soldados y perros conduciendo a las masas a los campos donde “El trabajo os hará libres”.
    Si no nos motiva ponernos en la piel del sonriente del semáforo, podemos visitar a nuestros viejos y charlar un poco sobre los detalles de sus vidas, negro sobre luto, en la primera mitad del siglo XX. También aprenderemos cómo sobrevivieron hasta llegar aquí y ahora, y lo que costó.

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