>Positivismo, simbolismo, pensamiento positivo y pensamiento mágico

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El rótulo dice en catalán: “Apretar para parar una guerra”

Queridos lectores,

Un rasgo característico de la sociedad occidental que hace más difícil intentar explicar una mala noticia como la que constituye la llegada del Peak Oil es el excesivo recurso al llamado pensamiento positivo (estaba pensando en poner un enlace aquí para explicar lo que es el pensamiento positivo, pero lo cierto es que internet está lleno de ejemplos, elija el lector el suyo). Según los abogados del pensamiento positivo, si uno decide tomar una actitud positiva en la vida y de cada situación es capaz de ver el lado positivo, entonces su situación personal mejorará inexorablemente. Lo contrario también sería cierto: si uno es un cenizo, entonces las cosas le irán cada vez peor. 

Lo cierto es que hay parte de razón en estos enunciados; así, si uno se esfuerza por conseguir algo es más probable que lo consiga que si asume que fracasará, y en este último caso la actitud  pesimista actúa como profecía autocumplida. Sin embargo, no se debe llevar demasiado lejos esta actitud, porque en vez de adoptar una actitud razonablemente proactiva y tomar las riendas de la propia vida se cae en un extremo pernicioso, el del pensamiento mágico. El pensamiento mágico consiste en creer que por el simple hecho de desear algo este algo se cumplirá. El pensamiento mágico en adultos es una expresión de infantilismo o de trastorno mental, ya que se basa en la incapacidad de comprender un mundo complejo y en el deseo irracional de que sea controlable de una manera simple, con palabras o acciones sencillas. Evolutivamente el pensamiento mágico es seguramente un gran paso adelante, porque introduce la idea clave de causalidad que permite empezar a comprender los mecanismos que rigen el mundo, aunque yerre en la atribución de las causas que corresponden a los efectos. Sin embargo, con el surgimiento de la Ciencia y, sobre todo, del método científico hemos aprendido cómo discernir qué es causa, qué es efecto y qué no está relacionado – no es casualidad que quienes se alejan de la Ciencia caen en la magia, la superstición y la superchería.


Y curiosamente en nuestra sociedad tan tecnificada el pensamiento mágico es rey, hasta el punto de que no lo reconocemos aunque nos asalte cada día en los detalles más nimios. Quizá parte del problema venga de nuestra relación con la tecnología, y quizá en parte de la necesidad sistémica de que los ciudadanos sean ignorantes y acríticos, que dejen de ser ciudadanos para ser meros consumidores… seguro que los comentaristas encuentras otras múltiples razones que añadir a éstas. Lo divertido del caso es que el pensamiento mágico suele introducirse a través del pensamiento positivo, llevándolo hasta un extremo absurdo del cual vemos ejemplos cada día en la televisión. Para añadir escarnio al insulto, en ocasiones se designa al pensamiento positivo por “positivismo”, cuando el positivismo es prácticamente lo contrario (una escuela de pensamiento que afirma que el único conocimiento verdadero es el científico). A veces me pregunto si tal confusión no es precisamente buscada, un intento más de prostituir conceptos y confundir a la población…

Un ejemplo de ese tipo de pensamiento positivo que acaba siendo mágico, y en el que espero que los lectores reconozcan tantas y tantas iniciativas que nos rodean hoy en día, nos lo brinda otra vez la localidad en la cual resido. Hará un par de años, quizá más, apareció adosado a una pared del Ayuntamiento el interruptor que ven en la foto de arriba, junto con un cartel que dice: “Apretar para parar una guerra”. La verdad es que nunca supe a qué respondía tal montaje; supongo que debe ser algún tipo de performance artística que contaría con el beneplácito del consistorio. Por lo menos, en contraste con lo que describía en el post anterior, esta obra de arte tendría seguramente un presupuesto modesto. Lo que me llamó la atención la primera vez que lo vi fue la ligereza tan estúpida y occidental con la que se trataba un tema tan grave como la guerra. Como si porque alguno de nosotros, apretando un interruptor, tuviéramos el poder de parar alguna guerra en algún rincón ignoto del planeta. Ya me imagino que la intención del creador de este montaje sería más bien hacernos reflexionar sobre la necesidad de tomar una parte activa para detener tantas y tantas guerras que están teniendo lugar en este mundo sin que nuestra opulenta sociedad de aquí se aperciba en absoluto, pero el simbolismo, por más interesante que sea en sí, no puede substituir a la acción. ¿Cuántas veces hemos vistos campañas bienintencionadas como ésta, pidiéndonos firmar o ejecutar de alguna otra forma poco onerosa y de escaso compromiso personal alguna acción de descargo de nuestra conciencia? Estamos tan acostumbrados a estas cosas, tan alienados, que llegamos a creer que estas actividades de pensamiento positivo tienen por sí mismas un efecto real (pensamiento mágico) y no sólo eso sino que además ésta es la única manera de reaccionar delante de estos problemas que nos transcienden en su enormidad. Acaba siendo un recurso facilón: alguien organiza no se sabe muy bien qué, pero que suena a comprometido, a positivo, y como borregos hacemos eso y sólo eso. Es cómodo y es nuevamente una delegación de nuestra ineludible responsabilidad personal a una autoridad demiúrgica infalible, omnisciente y benevolente.


Pero, hablando de simbolismos, hubo otra cosa que me llamó la atención, que sucedió unos pocos meses más tarde. Y es que el embellecedor exterior y el propio mecanismo del interruptor habían desaparecido, como refleja la foto que muestro arriba. No sé si algún vándalo lo arrancó, o si el Ayuntamiento decidió desmontarlo por algún motivo tras un plazo prudencial (aunque me llamó la atención que no lo terminaran de desmantelar completamente, eliminando rótulo y todo). El caso es que en la actualidad es un símbolo mejor que el anterior, porque muestra al tiempo de lo arriba comentado la inutilidad del gesto, vacío, sin mecanismo ya.


En el post anterior algún comentarista mencionaba que la actuación del Ayuntamiento de Figueres con la cubierta fotovoltaica de la Plaça de Catalunya era la correcta porque por lo menos apostaba por las renovables. Aparte de que es dudoso de que esa concreta actuación sea realmente una apuesta por la energía renovable (léanse los comentarios del post, que los hay notables y muy bien documentados), el problema es de nuevo conferirle demasiado poder a los símbolos. Los símbolos conceptualizan y sintetizan realidades vastas, complejas; de algún modo las resumen, al igual que la palabra “vaca” resume nuestro conocimiento sobre las características de ese mamífero, resumen que ya no hace falta repetir porque nuestro oyente, que comparte nuestro código, ya conoce. El problema comienza cuando se pervierten los símbolos y se pretende hacer creer que tienen un contenido que no es real. Pensar que cualquier cosa que suene a inversión en energía renovable es correcto porque en este momento de escasez energética lo que necesitamos son medios renovables es engañarse, y mucho; esas ideas pueden acabar siendo los coletazos mortales de una sociedad industrial que no es capaz de reponerse a la llegada del Peak Oil. No basta con invertir en energías renovables, hay que hacerlo con sentido y con intención de resolver problemas, no de agravarlos dilapidando los escasos recursos que nos quedan. Puestos a abusar de los símbolos, me quedo con este otro interruptor, que se encuentra en un edificio de la Rambla:


En catalán el letrero dice “Apretar para olvidar”



Lástima que como con su hermano del Ayuntamiento el mecanismo del interruptor también haga tiempo que se perdió.

Salu2,
AMT

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