>Por qué los ciudadanos no entienden el Oil Crash

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Lo mejor es que esta imagen es de un spot promocional de una tele brasileña…

Queridos lectores,

Como prometí, tengo cuatro post dentro de esta mini-serie “Por qué los X no entienden el Oil Crash”; hoy vamos con el segundo de la serie: por qué la gente corriente, los ciudadanos de a pié, no entienden qué es el Oil Crash y que todo les va en juego en ello. No haré una descripción exhaustiva de todos los factores que están en juego porque no los conozco, yo sólo señalaré los que me parecen más evidentes y quizá incluso me deje alguno; ya vendrán los comentaristas más tarde a rematar el trabajo (por cierto, gracias también a todos ellos por su dedicación – algún día, empero, volveremos a aquello del “A Dios rogando y con el mazo dando” 😉 ).


El mito del Progreso: Así se titulaba la presentación que Daniel Gómez, presidente de AEREN, hizo en Barbastro a principios del pasado Mayo. Éste es uno de los grandes males del la Ilustración, movimiento que despertó a la Humanidad y la liberó de antiguos yugos, pero que sin pretenderlo la unció con un yugo nuevo, el Progreso. El triunfo de la Razón sobre el oscurantismo y la superchería llevó a dar una explicación inteligible a un mundo que hasta entonces venía regido por los caprichos de seres sobrenaturales y coléricos. Con el progreso técnico que traen la Primera y la Segunda Revolución Industrial se le empieza a ganar la partida a la enfermedad infecciosa y aflicciones semejantes; simplemente, la divulgación del concepto de germen permitió vía el establecimiento de unas costumbres higiénicas mínimas (que hoy nos parecen obvias pero que no lo eran en absoluto hace dos siglos) que la esperanza de vida y la calidad de la misma mejorase enormemente. La tecnología florece, la energía es abundante y el mundo occidental experimenta una acelerada progresión. Durante las últimas generaciones, especialmente durante las tres últimas, en los países occidentales se produce un fenómeno nuevo: cada generación vive mejor que la anterior (salvo en países como España, donde la llegada tardía de las Revoluciones Industriales y la Guerra Civil retrasan la llegada de estas mejoras durante más de un siglo). Y de esa manera, insensiblemente, se instala la impresión de que todo va siempre a mejor, y no hay memoria viva de una situación diferente. La industria explota esta impresión para favorecer el consumo, para que la población sea acrítica. El problema es que la tecnología ha sustituido a la religión, y por parte de la mayoría de la gente se la trata de la misma manera: un conocimiento revelado, que prometes grandes prodigios con tal de simplemente obedecerla, sin intentar entenderla. Ése es el gran fracaso de la Ilustración: sin pretenderlo, sustituyó una religión por otra, y pretendiendo liberar al hombre sólo cambió las cadenas. El por qué de todo ello sería motivo para discusión de otra gente más versada que yo; seguramente no es ajeno a ello el hecho de que se ha necesitado una gran masa de consumidores y por ello se ha adoctrinado a la población de los países ricos en esta fe, y se les ha permitido vivir cada vez mejor (al tiempo que se esclavizaba a otros pueblos y se explotaban sus recursos).


La consecuencia de esta fe irracional en la ciencia y en la tecnología que de ella se deriva lleva a las típicas reacciones defensivas cuando alguien cuestiona que la Ciencia lo pueda resolver todo, en nuestro caso concreto el Peak Oil, sobre todo cuando se trata de resolverlo en unos plazos marcados por nuestra necesidad, y no por la previsión racional de lo que se puede hacer dados los recursos y el tiempo disponibles. Según el discurso oficial, cuando hay un problema la Ciencia lo resuelve, lo cual es en realidad bastante lejano a la Historia real de la Ciencia, en la cual los descubrimientos se consiguen con una mezcla de osadía, suerte y, sobre todo, tenacidad, y las más de las veces no se consiguen para resolver problemas concretos o bajo pago del inversor de turno, sino para ampliar el conocimiento, por el mero placer de conocer más.


Esto lleva a situaciones tan absurdas como la negociación del problema (“Si usamos más energías verdes podremos seguir consumiendo la misma cantidad de energía”) cuando, en realidad, la Naturaleza no negocia; no es ni cruel ni compasiva, simplemente no es un ser racional y no se puede esperar de ella que sea justa en un sentido humano, aunque sí ecuánime (tanto le da que vivamos como que no). Es especialmente patético ver a gente que empieza a comprender el problema del Peak Oil alegar que “no es justo”, como si la justicia tuviera algo que ver. Esa ofuscación con la visión de la Ciencia todopoderosa es en parte lo que lleva a algunos grupos ecologistas a empecinarse en creer que puede haber un futuro 100% renovable perfectamente asequible desde nuestra situación actual y con un nivel de consumo (incluida su injusta distribución) similar al actual, para lo cual hacen toda suerte de suposiciones, a cual más descabellada.

La incomprensión de la técnica y delegación de la propia responsabilidad: Ya hablamos de ello en el post sobre “Nuestra relación con la tecnología“. No controlamos nuestras vidas y al final creemos ciegamente en los técnicos que manejan los sistemas para nosotros vitales. Un problema añadido es la gran ignorancia de la sociedad en lo que a conocimientos técnicos se refiere, en parte fruto de los esfuerzos de la publicidad/propaganda para conseguir ciudadanos sumisos. Para no volvernos locos, elevamos nuestra confianza en la técnica y sus gestores a una fe incuestionable, un sentimiento más religioso que racional, y reaccionamos visceralmente cuando alguien cuestiona la eficacia de la gestión, porque eso suscita cuestiones incómodas. Es lo que hace que creamos que alguien, quien está siempre al mando cuando cogemos un tren o un avión, el que organiza la red eléctrica o los grandes sistemas logísticos, en suma, el que todo lo conoce y lo controla, habrá previsto cualquier dificultad, el Peak Oil incluido, y ya tiene preparada la respuesta adecuada. El problema es que esta imagen de control es un simple espejismo. Ciertamente tenemos buenos gestores de sistemas complejos, pero justamente nuestro problema es la carencia de buenos gestores del sistema integral, el que los incluye a todos; quizá porque su complejidad es excesiva, quizá porque nuestro sistema político es esencialmente corrupto o ineficiente (cosa que discutiremos en el siguiente post). El caso es que cuando alguien levanta dudas razonables sobre el funcionamiento de los sistemas, se le exige no sólo aportar pruebas abrumadoras (mucho más exigentes que las que se exigen para poner literalmente su vida y hacienda en manos de desconocidos) sino que además aporte un sistema alternativo, porque dadas las abrumadoras consecuencias un vacío de poder es inadmisible. Y aunque la primera parte es asequible simplemente compilando e interpretando datos públicos, la segunda es horriblemente complicada y posiblemente imposible de abordar para una sola persona. No llegando a esa difícil solución alternativa, uno es rápidamente descalificado como catastrofista, cuando en realidad en una adecuada gestión de riesgos basta la duda razonable de la presencia de un peligro para reaccionar. Pero es que en esta sociedad ignorante la gestión de riesgos aparentemente no existe; cuando sucede un accidente mal controlado el político de turno se escuda diciendo “era un accidente, no se podía prever”, obviando que en un accidente lo único que no se puede prever es cuándo sucede, pero sí que se pueden prever y mitigar sus consecuencias con la adecuada gestión. Pero, claro, si la Ciencia y la Técnica son todopoderosas, ¿qué sentido tiene gastar mucho dinero en costosos sistemas de prevención que sólo se usan una vez cada 10 años?


La influencia de la publicidad/propaganda: En la necesidad de convertir a los ciudadanos en consumidores, es fundamental eliminar toda capacidad crítica. Aumentando exponencialmente el rango de elecciones posibles, todas ellas nimias variantes de un mismo producto diferentes sólo en color, volumen, forma, embalaje o sólo en la marca, se pretende saturar la capacidad de imaginar, de buscar una elección fuera del espectro predeterminado. Esta falacia de la elección restringida funciona también, con algunas diferencias, en el mundo político. 


Varias décadas de investigación en marketing, bien engrasada con dinero abundante, han permitido identificar los medios más eficaces para introducir profundamente los mensajes publicitarios, la propaganda del sistema. Uno de los más importantes para influir directamente en el consumidor masculino e indirectamente (por la adopción de roles) en el femenino es el sexo. El sexo es una droga poderosa, anula la capacidad crítica y obsesiona; es por eso un medio básico de control, y por eso es necesario que los niños se inicien lo más precozmente en los ritos de la adolescencia, incluso cuando sea una mera imitación porque aún no sean púberes. Niños de 6 años se “echan novia” por aceptación social, y copian los estereotipos de los mayores. Hacer girar la vida en torno al sexo, aparte de al dinero, se promueve como el único estilo de vida socialmente aceptable, cualquier otra cosa siendo propia de amargados y fracasados.

Existen muchas otras variables de control que gente con más conocimiento les podría explicar con detalle, aparte del sexo. Por ejemplo, la tergiversación de las necesidades básicas, siendo sustituidas por los símbolos de ostentación social, y el más importante de ellos, el coche: uno puede ser un fracasado, pero si tiene un buen coche aún es alguien; el coche sublima y nos libera de nuestras frustraciones. Otra característica habitual de la publicidad es la exaltación del yo audaz (“sé tu mismo”), siempre desdeñando al yo reflexivo (“no pienses tanto y actúa”), lo que en realidad es una simple invocación del cerebro reptiliano (come, mata, reprodúcete). Y tantos más ejemplos que se podrían poner.

Uno de los grandes triunfos de la publicidad es la extensión del control a grupos sociales, y así éste se ejerce también indirectamente gracias a la presión del grupo y de la familia -en esto los peakoilers tienen mucha experiencia. Cuestionar el status quo te convierte en rarito, inadaptado, o directamente desequilibrado. Lo malo es cuando justamente los “antisistema” adoptan la estética que el sistema ha preparado para ellos, para ser atacados y descalificados sumaria y rápidamente (etiquetados): punkis, perroflautas, etc. Por tanto, resulta extremadamente difícil difundir un mensaje tan duro como éste.


El sesgo informativo: Los medios de comunicación no son libres ni pueden serlo, y cada vez menos. En la actualidad, todos los grandes diarios son propiedad de grandes grupos económicos, los cuales tienen multitud de intereses, y eso hace que no sea admisible dar una información objetiva en temas que los comprometen… que al final acaban siendo todos. Es por eso que, salvo diferencias de matiz – este diario es de color azul y aquél de color rojo  – en el fondo el discurso es monocorde, y la supuesta controversia entre dos alternativas sirve para hacer creer que hay elección, evitando imaginar que en realidad hay más dimensiones en el problema y que las elecciones lógicas pueden yacer fuera la recta que define esa espuria bipolaridad.


El caso del Peak Oil es paradigmático. A los medios de comunicación les cuesta mucho dar una información fiable (tengo algunos ejemplos risibles del tratamiento que da El País al tema del Peak Oil), y los pocos que lo hacen – porque aún se tienen por periodistas – no le da el realce que dada la importancia de la noticia se merece. No hace tanto La Vanguardia publicaba una noticia bastante contundente sobre el Peak Oil, llamándolo por su nombre, en doble página (26 y 27) en su interior. Lo malo es que todo el resto del diario es una fuerte señal, un grito estruendoso, en dirección contraria: las otras páginas hablan de normalidad, de recuperar la senda del crecimiento, de consumir… Hay una evidente disonancia entre uno y otro mensaje, pero estamos tan habituados a esta disonancias que no le concedemos mayor importancia. Es evidente que para poner en el puesto que se merece, por su gravedad y consecuencias fatales, el Peak Oil y todas las noticias con él relacionadas deberían aparecer en primera plana. Pero eso no es bueno para el negocio (los depresivos no compran, y en el fondo nadie quiere oír malas noticias; bueno, unas pocas sí, sobre todo si pasan lejos de casa y así me conformo con lo bien que estamos aquí) y al final estas noticias salen en “Tendencias” o, como mucho, en “Medio Ambiente”. Ni siquiera en “Economía”, y si se habla de los problemas que causa el precio del petróleo en la economía se recurre a complicadas y alambicadas explicaciones, siempre mutantes.


Está, por demás, el hecho de que en este mundo complejo e incomprensible en que vivimos el mayor criterio de autoridad es salir en un mass media. Si un tema es importante se ha de hablar de él, en preferencia en la tele, y si no en el periódico o en la radio. Desde que yo salgo de tanto en tanto en Catalunya Ràdio (y ocasionalmente en otras radios) y escribo alguna cosa en ciertos diarios tengo más credibilidad, sin tener por ello más conocimiento. En mi caso en concreto me preocupa porque no sé cuánto tiempo podré estar en ese pequeño candelero al que el azar me ha aupado; dependo del capricho y voluntad de otros para poder figurar en esos medios, por lo que simplemente no cuento demasiado con ellos. Pero ahí está la cosa: la fijación de la agenda mediática responde a unos intereses de balance de noticias buenas y malas, de “pluralidad” de la “oferta mediática”, y no del verdadero interés común. Así es muy complicado poner a los medios al servicio de los ciudadanos.

Las comodidades modernas: Ciertos individuos más críticos, que llevan años dándose cuenta de que hay cosas que no encajan y que con la actual crisis se reafirman en su disconformidad con el sistema actual son más receptivos a escuchar y entender los principios básicos del Peak Oil, pero después chocan con la dificultad de ser coherente con las implicaciones. El descenso de la disponibilidad de la energía y de las materias primas conlleva la imposibilidad de mantener este nivel de consumo, y eso se percibe como una pérdida de bienestar, con una pérdida de calidad de vida; y una cosa es hablar en el salón después de una agradable comida mientras nos tomamos nuestro café, y otra cosa es aceptar lo que se viene, aún si hacemos los ajustes apropiados. Esto lleva a actitudes cínicas (“¿y tú? ¿Ya te has mudado a una granja?”) o directamente a una disonancia cognitiva (“Sé que el problema es grave, pero nos vamos a adaptar porque estamos tomando las medidas adecuadas, ya lo verás”), especialmente cuando percibimos la injusticia distributiva que subyace ya en el insostenible modelo actual. Todos estos problemas se exacerban cuando la inviabilidad del actual sistema y las dificultades prácticamente insalvables para evolucionar de manera no violenta a otro sistema desde el actual se van poniendo de manifiesto en el sufrido receptor de nuestros mensajes, llegando en algunos casos a la negación irracional, la abierta hostilidad hacia el mensajero o la depresión.
  
Una cuestión poco tratada en la discusión del Peak Oil es que hemos modificado nuestro hábitat hasta incluir en él una parte no natural (electricidad, carreteras, vías, etc). Somos ya entes en parte artificiales, no podríamos sobrevivir con una disrupción del funcionamiento del hábitat no natural. Por ello mismo, teniendo en cuenta el nivel de población que ya tenemos hemos de procurar preservar una parte mínima funcional de la componente no natural, aparte de por supuesto la preservación de la natural. Este problema crítico no es ni imaginado por la mayoría de la población, que da las infraestructuras por seguras y garantizadas.

La teoría de la conspiración: Es una forma extrema de la negación/negociación del anterior. Esencialmente, tomando la Ciencia Omnipotente como una religión, los conspiracionistas serían los integristas. Por un lado les caracteriza su incapacidad de entender que las cosas no funcionan según sus deseos y que la abundancia no está garantizada; por otro lado, siendo individuos más perceptivos que la mayoría, han comprendido que el mundo está profundamente corrompido y que los Gobiernos y corporaciones no respetan el bien común. Todo lo cual lleva a la lógica conclusión de que no hay un problema de escasez sino una gigantesca manipulación y que se están ocultando inagotables energías libres y otras zarandajas termodinámicamente inverosímiles para el que tenga unos mínimos conocimientos de Física y sepa qué es la energía. Dado que cualquier revisión lógica de los hechos es incompatible con esta descripción de la realidad, los proponentes -no olvidemos que son fanáticos- van desarrollando teorías cada vez más complejas e arbitrarias, las cuales obviamente no resuelven los problemas lógicos fundamentales que las hacen no inverosímiles, sino simplemente imposibles. Pero tratándose de gente muy ignorante en los aspectos técnicos – si no aparcarían de inmediato estas teorías – se aferran a sus absurdas explicaciones con la fe del carbonero. Pero aún, las porfían a lo que las quieren oír y a los que no, como hace el amigo crosscountry por estos lares. Y por supuesto no escuchan, y así no es extraño que aunque se les argumente por qué fallan sus elucubraciones un tiempo después te las repiten tal cual. Lo que pone de manifiesto que no es razonamiento sino fanatismo lo que les mueve.

En el fondo este tipo de personas prefieren creer que hay un monstruo muy dañino y muy perverso al cual pueden combatir, que aceptar el problema que realmente existe y que no puede ser combatido sino que nos debemos adaptar a él. Y por supuesto esto les hace muy vulnerables a toda clase de charlatanes. Con el agravante de que acaben percibiendo como enemigos a los que intentamos decirles la verdad (como en parte ya está pasando) y que además son presa fácil de partidos totalitarios que den pábulo a su delirio. En suma, que los defensores de la energía libre se podrían convertir en la guardia de corps de un futuro grupo pro nazi. Y si no, al tiempo…

Ahora que hemos dicho todas estas cosas, les rogaría que volvieran a echar un vistazo a la presentación de Rafael Íñiguez en Barbastro. Fue bastante anticlimática (Rafael leyó su discurso sin la declamación teatral propia de los que nos dedicamos a esto de los powerpoints) y fue demasiado áspera y directa (se saltó los preliminares, vamos). Sin embargo, dice todo lo que yo acabo de comentar y más. El problema es que demasiada verdad concentrada en estado puro nos hace daño a la vista y se cataloga de locura.

Salu2,
AMT

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