Diario de trinchera: en la capital de la Bretaña francesa

Ahí estaba yo, unos días antes cultivando patatas y ahora en un avión con dirección a Brest, previa escala en Lyon. Mi objetivo formal:

participar en un coloquio promovido por el IFREMER francés y la Agencia Espacial Europea para identificar las necesidades de los usuarios de datos de corrientes marinas, que servirán de base para lanzar una convocatoria de la ESA a los diversos organismos de investigación para producir ese tipo de datos. Mi objetivo real: garantizar la participación de mi equipo en el consorcio que seguramente se llevará el contrato y poder así arañar algunos miles de euros, quizá los suficientes para pagar un contrato, o ya siendo ambicioso un par de ellos. Los vientos no soplan favorables en España y en estas condiciones resulta conveniente no poner todos los huevos en el mismo cesto. Por otra parte, la diversidad temática también resulta conveniente para asegurar la continuidad de nuestras actividades, so pena de caer en el monocultivo y estar expuestos a mayores vaivenes presupuestarios. Con la mayoría de mi equipo en Italia, en otra cita importante, yo cogí mi maleta (todos los puñeteros líquidos en una bolsa transparente para el control aeroportuario) y me dirigí en una dirección casi diametralmente opuesta.

 

Avenida principal (Clemenceau) de Brest, viernes 9 de Marzo de 2011, 8 de la mañana. El bullicio de la nueva jornada armoniza con el hermoso tiempo que suele disfrutar la capital bretona.

Pasan muchas cosas estos días. Hay mucha inquietud en el ambiente, y al tiempo muchas cuestiones de nuestro propio BAU de investigadores que necesitan atención constante. Ya antes de entrar en el avión a Barcelona recibí varios mensajes importantes, que pude responder desde el aeropuerto del Prat gracias al bendito módem móvil que suelo usar para escribir estos posts y consultar mi correo en el tren (módem que, por supuesto, pago yo de mi bolsillo, por si alguien tiene dudas).

La verdad es que el viaje comenzaba complicadillo: vamos con mucho retraso de muchas acciones muy importantes que se tienen que emprender en las dos próximas semanas, y en cierto modo este viaje me iba muy mal, me coincidía en un mal momento. Sin embargo, había mucho en juego; quizá, quién sabe, la continuidad en el largo plazo de nuestras operaciones, así que no tenía elección. El gran jefe de Ifremer me había invitado en persona a participar y ésa era una invitación que no se podía declinar… Decidí intentar relajarme y disfrutar el viaje, observando los pequeños detalles, como lo cutre que era el billete de avión (una simple hojita fina de papel expedida por una máquina, ya no en el mostrador de facturación) o lo curioso de que mi equipaje de mano, de las medidas reglamentarias, no fuera conmigo en cabina sino en la bodega, aunque me fuera devuelto después a pie de escalinata (tanto en la escala de Lyon como al llegar a mi destino en Brest). El primer avión era realmente pequeñito: 14 filas y yo tocaba con la cabeza en el techo (para los curiosos: mido un metro y ochenta y siete centímetros). Vuelo sin incidencias hasta Lyon, y 50 minutos de espera allí. En la espera me paso todo el rato hablando por el móvil: con un colega en casa para arreglar problemas del BAU pasado, con un colega ya en Brest sobre el BAU que me espera. Hay poca gente en. el aeropuerto y, si no fuera por la forma en la que visto, se pensarían que soy un ejecutivo, todo el rato enganchado al teléfono. Otras muchas veces he visto tipos así, enganchados al teléfono entre avión y avión y he pensado: pobre tipo. Hoy el pobre tipo soy yo. Y no veo ninguno más, lo cual me extraña. No hay tipos enganchados a su móvil en el pequeño aeropuerto de Lyon..

El segundo vuelo también transcurrió sin incidencias, y al llegar a Brest sentí aquella sensación de frío y humedad tan característica de aquellas tierras.

Brest. Una ciudad casi sin pasado, arrasada durante la Segunda Guerra Mundial y completamente reconstruida. Una ciudad con una extensión semejante a la de Barcelona pero 6 veces menos habitantes. Desde el aire puede ver algunas urbanizaciones cercanas a Brest que eran como una versión reducida de los suburbios norteamericanos, racimos absurdos de viviendas unifamiliares con jardín perdidas en medio de la nada, y de donde no puedes salir si no es con el coche. De hecho, estando en Brest tuve la impresión de estar en la más norteamericana de las ciudades francesas que conozco, con amplias avenidas y muchos edificios bajos, en muchos casos con las paredes a los cuatro vientos. Entre otros muchos no-atractivos de esta ciudad se cuenta el albergar una base francesa de submarinos atómicos (cada año se hacen amenos ejercicios para preparar a la población en caso de un accidente nuclear). Pero, bien, Brest también es cuna de las famosas crêpes bretonas, y sede de uno de los campus más importantes de IFREMER, que es lo que a mi me interesaba en aquel momento.

Llegué a IFREMER tarde, hacia las 18:00. La reunión había empezado a las 12, pero yo no había ido allí a escuchar largas disertaciones científicas (¿quién me lo iba a decir a mi hace unos años?) y además el primer día las charlas estaban centradas en las necesidades de diversos usuarios finales: navieras, gestores de riesgos, autoridades portuarias, petroleras… Aún llegué demasiado pronto, pero no escuché ni media palabra: en seguida me encontré con un viejo colega de otra institución con la que colaboramos estrechamente y estuve discutiendo con él cuál debía ser el tono de nuestras exposiciones al día siguiente, cómo orientar nuestra estrategia conjunta. De repente, cual siempre suele, sobreviene el primer encuentro con el gran jefe de IFREMER, saludos amistosos, conversación sobre vaguedades. Después, una cena rápida en las propias instalaciones de IFREMER y al hotel, que hay que descansar… no será mi caso: mi presentación no está ni empezada, tan mal he ido de tiempo los días previos. Al final la termino aquella noche y aún me quedan cuatro horas para dormir…

El día siguiente fue el de las exposiciones. Yo hice muy buen papel, con mi presentación con sólo dos fórmulas y toda llena de imágenes y promesas de todo lo que podemos hacer; al acabar, el responsable de la ESA me sigue a mi asiento y me pregunta rápidamente sobre qué creo yo que puedo aportar; acoto bien mi terreno (ningún otro grupo puede hacer lo que ofrezco) y se marcha satisfecho; un punto a nuestro favor. A mi colega las cosas le van un poco más regular: sus antiguos colegas de IFREMER no están jugando limpio con él. La típica guerra, todo BAU en realidad… esta vez parece que yo no estaré del bando perdedor, y con eso me tengo que dar por satisfecho; pero no puedo salvar a todo el mundo… Siento lástima de mis colegas que hacen un planteamiento muy académico de sus presentaciones; los pobres, no entienden de qué va este evento. Hace cinco años yo hacía como ellos. En realidad no es que yo haya ido a mejor, es que he comprendido de qué va este juego.

Por la noche, típica cena de evento social. El momento de las conversaciones privadas, las borracheras, los grandes acuerdos… pero este juego, sintiéndolo, no me siento capaz de jugarlo. No lo he dicho, pero seguramente no soy la mejor persona para estos menesteres. Puedo hacer política y de manera hábil hasta un cierto punto, pero hay cosas por las que ya no soy capaz de pasar; nada grave, en realidad, entonarse un poco y hacer ver que todos somos los mejores amigos aunque sepas que por la espalda te apuñalarían. Tampoco les culpo por ello: todos vamos detrás del dinero, los recursos son escasos. En fin, en vez de irme a jugar los juegos de mantel y camaradería decido irme con un camarada, uno sólo pero de verdad, a tomar una cerveza y a cenar, y a descubrir que en la investigación de nuestro campo aún quedan cosas maravillosas capaces de sorprenderme. Una velada, sin duda, mucho mejor aprovechada, y a las 9 en la cama, que hay sueño.

Amaneció el último día, sólo me quedaban unas pocas horas en IFREMER antes de coger un taxi para saltar al avión de vuelta a casa. Pero fueron suficientes, todo transcurrió según el guión previsible que yo me había construido en la cabeza, y me volví a casa con un compromiso de financiación a cambio de unas tareas muy concretas para mi equipo. Misión cumplida, otra muesca en el mango del cuchillo.

En el avión ojeé un diario de los que distribuían gratuitamente antes de subir; yo escogí Libération, porque dedicaban la portada a Fukushima, un año después. Dentro me entero de que Grecia ha aprobado y conseguido una quita del 75% de los tenedores privados de su deuda, pero si entiendo bien eso sólo reduce la deuda pública de un 25% del total. Quién tiene el resto, sería la pregunta que un periodista sagaz debería hacerse. Pero ya no quedan de esos. En la columna de al lado comentan que en España los bancos empiezan a aceptar la dación de piso en pago por hipotecas incobrables. Paso página y veo que Air France tuvo pérdidas multimillonarias (800 millones de euros) en el último ejercicio. En la noticia destacan la factura de combustibles: 900 millones. Parece que esperan peores resultados este año, y que su gran esperanza es la fusión con Etihad, compañía de Abu Dabi. Mientras, los chinos liquidan sus dólares y se aprovisionan de petróleo como locos. En la última página vemos que Toni Gatlif ha vuelto a rodar, en este caso una película sobre los indignados…

Miro a la azafata, de Air France como mi vuelo: quizá dentro de unos meses la echen a la calle. Ligero escalofrío: mientras estaba en Brest, la jefa de un equipo inglés me comentaba que su división va a ser reducida de un 25%, y que de hecho no se sabe aún a quién concretamente van a echar, depende de los resultados de una evaluación interna en la que se van a valorar cuánto dinero ha conseguido cada persona por contratos, proyectos, etc; cuántos artículos ha publicado, etc, etc. Yo tengo que volver a verla, a ella y a su postdoc, a finales de este mes en las instalaciones italianas de la ESA, en una reunión que organizo yo; ellos acudirán a la reunión, y justo esos días allá se enterarán si tienen dónde volver o no. Me acuerdo de uno de los últimos e-mails que he recibido como jefe de mi departamento (cargo al que he ascendido no por méritos propios sino por mera rotación, dentro de un departamento pequeño), en el que se me anunciaba que otro fondo propio nos ha sido congelado, mientras desde Madrid se decide la reorganización del CSIC en este año de recortes profundos. Cada vez va quedando menos dinero en casa, pero los contratos de mucha gente dependen de que nosotros sigamos encontrando dinero para mantenerlos. Suspiro. Si no es en casa, tendrá que ser fuera… Creo que me quedan unos cuantos aviones más por coger, aunque quizá ya no serán de Air France…

Un comentario sobre “Diario de trinchera: en la capital de la Bretaña francesa

  1. Curioso, al principio pense que eras un hombre de negocios, según seguía leyéndo me he dado cuenta que eres un funcionario del estado. Pena que los fondos para investigación se tengan que conseguir de esa manera. El Instituto Ramiro de Maeztu me gusta.

    Ale, un abrazo

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