>Huyendo de la realidad

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Imagen de chemtrails sacada de Pakouss blog, http://infopakous.blogspot.com/

 
Queridos lectores,

Tengo una batería grande de temas que quiero tratar en los próximos posts, batería que se densificará con la publicación la semana que viene del nuevo World Energy Outlook de la Agencia Internacional de la Energía (del cual intentaré dar una primera valoración lo más inmediatamente posible: atentos a partir del miércoles). Sin embargo, he sentido la necesidad de escribir un post retomando la idea del cénit (siempre provisional) de la estupidez humana que apuntaba Ugly Youth en un comentario a mi post, y al hilo de una discusión en Facebook sobre la manida cuestión de los chemtrails, sobre la que también en algún momento se me ha llegado a preguntar en este blog. Sé que con este post no ganaré amigos, pero creo que en momentos de confusión como el actual, y otros más confusos que vendrán, es importante mirar a nuestro mundo con sentido común y con humildad. Sentido común para no buscar explicaciones complicadas a lo que bien parece responder a una dinámica más simple, y humildad para reconocer la pequeñez e irrelevancia del ser humano, por más que se crea entronizado por su tecnología y su ciencia en la silla de un dios menor.

Para quien no sepa de que va esta historia de los chemtrails la resumiré brevemente (aparte del enlace a la wikipedia que acabo de poner): resulta que desde algún tiempo algunas personas se han fijado en unas curiosas estelas que dejan algunos aviones al pasar. A pesar de que se insiste en que tales estelas se producen por condensación del vapor de agua (dependiendo de la humedad relativa del aire, la temperatura de las alas del avión, la potencia de empuje de los reactores, etc), los chemtraileros creen que en realidad son una especie de fumigación de la población con sustancias químicas que garantizan el control mental de la masa por parte de la oligarquía dominante. A partir de aquí se organiza todo un discurso de teoría de la conspiración y de malvados illuminati que conspiran en provectas cavernas para nuestro mal. Lo malo de toda esta rocambolesca historia es que no se sostiene por ningún lado.

En primer lugar, si el objetivo es dispersar una sustancia para que sea absorbida por la población, hay métodos más seguros y estables para hacerlo. Por ejemplo, con el suministro de agua potable. Las grandes ciudades del mundo civilizado (supongo que en el Tercer Mundo no hace falta control mental, teniendo como se tiene el control de las armas) tienen sus plantas de potabilización del agua en las que sería fácil añadir el ingrediente sorpresa querido, sea éste pentotal sódico o haloperidol. Además, sería mucho más fácil regular las dosis que llegan a la población y controlar su dispersión, y en las plantas de depuración de aguas residuales hacer desaparecer las pruebas sospechosas.

Pero, bien, imaginemos que por la razón que sea la dispersión ha de ser aérea. Dispersar sustancias desde aviones a reacción que vuelan a cientos de metros de altura no parece una idea muy inteligente. Quizá habrán notado que cuando se fumigan plantaciones o se intenta apagar incendios se usan aeronaves de hélice -avionetas o helicópteros-, que son capaces de volar más cerca del objetivo, para evitar que se disperse demasiado la carga – y fíjense que en el caso de la extinción de incendios estamos hablando de una sustancia muy densa, el agua. ¿Por qué? Porque si lanzamos cualquier sustancia no sólida desde una altura de centenares de metros su dispersión a medida que se acerque a la tierra será muy complicada y caótica. Resulta que los primeros metros (pongamos los primeros 100 metros) desde el suelo hasta la atmósfera forma la denominada capa límite, en la cual la velocidad del viento tiene que irse adaptando desde los mayores valores de las capas superiores hasta el valor nulo que tiene exactamente en contacto con la superficie. Dependiendo de la estructura topográfica y de la rugosidad del suelo hay una zona de dispersión, esta capa límite, donde la velocidad del viento no sólo va disminuyendo sino que va variando rápidamente de dirección, siguiendo un patrón en espiral si la topografía es plana; y si la topografía es más complicada seguirá un patrón bastante más complejo que puede extenderse unos cuantos metros por encima de los tejados de los edificios. ¿O es que no han notado nunca, los días de fuerte viento, los remolinos que se forman en las grandes avenidas? ¿O cómo el viento sopla del Este cuando van por una calle y al girar la esquina sopla del Norte? ¿No han visto jamás el caprichoso vagar de un papel o una bolsa de plástico? Pues eso mismo pasa por encima de los tejados de las casas, sólo que de forma más violenta debido a la mayor fuerza del viento. Y eso sin contar con lo caro que deben ser
todos esos vuelos de fumigación. Si lo que se quiere es gasear a la población, instale Vd. unos pequeños dispersores en lo alto de las azoteas de algunos edificios en las zonas más transitadas, o disemínelo a través de las chimeneas de ciertos edificios, y tendrá el mismo efecto de forma más discreta y controlada. Por otro lado, para qué querrán controlarnos con los exóticos chemtrails si ya está la más prosaica pero perfectamente efectiva televisión.

Claro está, todos esos métodos no tienen la vistosidad de los chemtrails, que nos hacen imaginarnos una lucha a brazo partido contra el Doctor No, como si fuéramos justicieros vengadores a la James Bond (y ya puestos a soñar, con una buena Úrsula Andress entre los brazos). En el fondo, los proponentes de los chemtrails escogen una narrativa heroica, de lucha denodada contra un poder demoníaco, omnisciente y casi omnipotente, tras cuya derrota se establecerá un nuevo orden; nada nuevo, pues, respecto a las viejas historias de un Hermes que espada en mano le corte la cabeza al monstruo de los cien ojos. No hemos progresado mucho desde el helenismo, por lo que se ve.

Esta narrativa es en todo análoga a la de los defensores de las energías libres (de hecho, suelen ser las mismas personas). Ya comentamos aquí lo absurdo e infundado de las energías libres (por cierto que en inglés free energy es un término ambiguo, que tanto quiere decir energía libre como energía gratis, que en el fondo es lo que se pretende para seguir viviendo a todo trapo como hasta ahora); lo interesante ahora es ver cómo los mecanismos psicológicos son los mismos que en el caso de los chemtrails, y eso explica el por qué de que los afiliados a estas dos teorías coincidan. Los dos grupos anteriores también coinciden frecuentemente con los defensores de la gran conspiración mundial de los illuminati y el Nuevo Orden Internacional. No conozco todos los detalles de esta teoría de la conspiración en particular, pero en esencia es que hay una casta oculta de ricos y poderosos que forman un consejo que toma decisiones para regir el destino del mundo, y que tienen un demoníaco plan para someternos a todos a una esclavitud sin fin. En realidad, esta proposición es también bastante absurda: es obvio que los más ricos y poderosos conspiran para preservar su situación de privilegio, e influyen de manera ilegítima sobre nuestros representantes políticos, subvirtiendo lo que significa la democracia; pero lo hacen a la vista de todos, sin esconderse y, en el fondo, sin avergonzarse, porque en algunos casos hasta creen que es lo mejor, si no lo correcto; y no les hace falta una mesa de roble en una caverna oscura presidida por una cabeza de macho cabrío para actuar de esta manera. Por otro lado, aunque algunos de estos poderosos tengan sus planes para anticipar el caos que se viene, dudo que todos coincidan en el diagnóstico de los problemas y en las soluciones a aplicar. Y en última instancia no es obvio que se puedan salir con la suya, ya que queda siempre la incertidumbre del factor humano: ¿serán siempre fieles su milicias ejecutoras? ¿cumplirán siempre los líderes políticos las directrices marcadas? ¿se mantendrá el pueblo siempre sometido? La Historia demuestra que es imposible tenerlo todo atado y bien atado. Pero, de nuevo, la narrativa heroica de la lucha contra estos grandes malvados que nos han robado nuestra merecida prosperidad pasada, y que recuperaremos si les derrotamos, es mucho más atractiva que la ramplona y mediocre realidad.

Los economistas y los políticos también caen, curiosamente, en la misma práctica de autoengaño, buscando un discurso más atractivo que realista; por ejemplo, se habla de recuperar la senda del crecimiento aunque la realidad es que esta crisis económica no acabará nunca; de aceptar sacrificios ahora en pro de esa prosperidad futura cuando, en realidad, cada ajuste nos aboca al colapso catabólico; de planes de rescate necesarios para arrancar la economía cuando en realidad sirven para tapar los agujeros de los grandes bancos; de políticas de fomento del empleo que en realidad son la degradación de las condiciones laborales de los trabajadores; etc. Y es que, de nuevo, nuestros líderes buscan una narrativa heroica, en la que gracias a su tesón y sentido del Estado consiguen que todo vuelva a la situación anterior, es decir, al crecimiento sin fin.


Por contraste con esta manera de discurrir, la narrativa del Oil Crash es mucho más gris. No es negra como muchas veces se dice. El Oil Crash no es el fin de la Humanidad; no, desde luego, si no queremos que así sea. El Oil Crash no es la narrativa del apocalipsis; pero lo que sí que es el Oil Crash es una narrativa de la humillación. Porque consiste en aceptar que el ser humano tiene límites, que por una vez no va a poder ganar. Y eso al Homo Invictus surgido de la Revolución Industrial, que ha prosperado indefinidamente desde hace dos siglos, le resulta difícil de tragar. Ése es el problema en realidad con el Oil Crash: la soberbia del hombre moderno. Es mejor para nuestro ego creer que hay un hombre malvado que lo controla todo a aceptar que la situación escapa al control del hombre, aunque sea uno abyecto. Lo malo de la narrativa heroica es que no sólo es errónea, es que nos aboca al desastre. Y si de narrativas se trata, consideremos una alternativa…

Historia de los tres leñadores: Hubo una vez tres leñadores que tenían sus casas, con sus huertos y sus gallinas, en la vega de un caudaloso río. La tierra era fértil, el agua pura y los bosques proporcionaban madera en abundancia. La vida era simple pero desahogada. Un día salieron como siempre de buena mañana a buscar leña al bosque, y al volver encontraron sus propiedades devastadas. Las puertas de las casas estaban reventadas y el interior completamente lleno de barro; los huertos removidos y  muchas verduras habían desaparecido; y algunas gallinas habían muerto y otras vagaban dispersas por el bosque cercano.


Los leñadores estaban consternados. Aquél había sido un buen valle y una buena tierra, poco poblada y generosa con sus habitantes; no conocían los robos y apenas la violencia. ¿Qué había podido pasar? Tras observar que los destrozos se prodigaban por todo el valle, todo el mundo concluyó que la causa de la destrucción había sido una repentina avenida del río, la cual afortunadamente les había pillado lejos de las casas. Sin embargo, en más de doscientos años de historia no se había visto nunca una avenida de tal magnitud, con lo que los leñadores no sabían a qué atenerse, si se volvería a repetir o no. Así que cada uno de ellos se puso a reflexionar por separado sobre cuáles habían sido las causas y como prevenirlas de cara al futuro.


El leñador de la vega baja llevaba tiempo observando que el leñador de la vega alta se había hecho poco a poco con el control de muchos predios, que había comprado a bajo precio de otros leñadores a los que había embaucado con mil y una tretas. Además, razonaba, el leñador de la vega alta estaba cortando cada vez  más leña en el bosque, según él porque tenía buenos clientes en la ciudad. Concluyó el leñador de la vega baja que el leñador de la vega alta había construido una presa río arriba, que dejaba embalsar y que después dejaba ir el agua de golpe para arrasarlo todo; inclusive su propiedad, para no parecer sospechoso, pero como él tenía cada vez más terrenos fuera de la vega estos destrozos le perjudicaban menos que a los demás. Por eso, seguía su razonamiento, cuando había venido el agua alta no le pilló en casa: porque estaba río arriba reventando la presa. Su ruin plan era evidente: pretendía arruinarle a él y al leñador de la vega media para quedarse con sus tierras por cuatro chavos. Decidió por tanto el leñador de la vega baja que no quitaría el ojo al leñador de la vega alta, y que sólo dormiría en su casa cuando lo hiciera aquél. Con el tiempo, el leñador de la vega baja encontró más y más hechos que cuadraban más allá de cualquier duda con su interpretación de los hechos, y su actitud con cualquiera que presentaba objeciones se volvió más agresiva, especialmente con la actitud del leñador de la vega media, del cual ya no sabía si era tonto de no ver lo evidente o es que estaba en realidad conchabado con el leñador de la vega alta.


El leñador de la vega alta había perdido mucho dinero con la inesperada avenida. Todas sus propiedades lindaban con el río, y todas habían resultado gravemente dañadas, pero como tenía mucho aún le quedaba bastante como para vivir holgadamente. Le había costado mucho llegar a tener su posición actual, y le parecía mentira que el trabajo duro de tantos años se pudiera echar a perder por un capricho de la naturaleza, un evento brutal que se había presentado por primera vez en doscientos años que se supiera, porque no había registros anteriores y, quien sabe, quizá hacía más de mil años que no se veía una cosa así. El caudal del río estaba, después del incidente, en los niveles habituales y en nada se distinguía el río del que había visto tantos años. Además, con el aporte de sedimentos aluviales sus tierras empezaron a producir más que lo que habían producido antes. Llegó a la conclusión de que la avenida del río había sido un hecho fortuito, un evento raro que sólo se da una vez cada ciertas generaciones, y que de hecho había aportado cosas positivas, como por ejemplo que otros leñadores le habían vendido sus tierras muy bien de precio. En el fondo, razonaba, la suerte está del lado de los audaces y el aluvión era una gran oportunidad. Se convenció, en fin, de que las cosas iban de maravilla y que no había nada que temer del futuro.


El leñador de la vega media era un hombre paciente y observador, taciturno. Le gustaba quedarse largas horas en el porche de su casa mirando el río, el bosque, las montañas… o perderse paseando por el bosque, hasta el punto de conocer cada árbol, cada piedra, cada pequeño arroyo… Hacía tiempo que veía que los inviernos eran cada vez más crudos en la montaña, donde de un año para otro se acumulaba más nieve, a juzgar por lo blancas que se veían las cumbres. Además, se habían talado demasiados árboles a la vera del río y daba la impresión de que la tierra ya no absorbía tan bien el agua del río cuando éste se salía de su cauce. Se lo había comentado al leñador de la vega alta, pero éste le dijo que exageraba y que él estaba consiguiendo muchos beneficios vendiendo buena madera en la ciudad, y que en el fondo lo que pasaba es que le envidiaba. Se lo comentó al leñador de la vega baja, pero éste estaba demasiado pendiente en seguir al leñador de la vega alta y siempre iba a talar donde estuviera aquél y no atendía a otras razones. Concluyó el leñador de la vega media que en los años siguientes, cuando llegara el deshielo, podría venir alguna otra avenida, incluso mayor que la que les había destrozado sus casas y haciendas, y decidió que lo más razonable era moverse a tierras un poco más altas. Le costó mucho esfuerzo y mucho tiempo moverse hacia el interior. Primero se llevó el huerto, y dormía en un vivac al lado de él. Los otros leñadores se reían de él, pensando que era un excéntrico al dormir al raso cuando tenía una bonita casa al lado del río. Después hizo un corral para las gallinas, pero al principio se tenían que guarecer con él en su vivac, y siempre estaba lleno de plumas y le llamaban “cara de pollo”. Con el tiempo fue construyéndose una casa nueva, viviendo con gran austeridad para poder comprar los enseres y herramientas que necesitaba; los otros le señalaban y le llamaban mendigo.


Terminó su casa justo para ver desde una distancia segura cómo pasaban flotando por el río crecido los cadáveres del de la vega baja y del de la vega alta.

Salu2,
AMT

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