>El porqué de las cosas

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(espero que mis lectores habituales me disculpen que postergue, una vez más, el prometido post sobre mi ponencia en el congreso de Barbastro. Ya llegará. Hoy veo urgente hacer este post de resumen para los nuevos lectores).

Queridos lectores,

Estos días un fantasma recorre España: el del llamado movimiento 15M, por otros denominado ¡Indignados!. A una semana de las elecciones autonómicas y municipales en España, el 15 de Mayo de 2011 Democracia Real Ya y otros movimientos participativos que buscan regenerar el sistema democrático y, por ende el económico y el social, convocaron manifestaciones en diversas ciudades españolas. En Madrid, una pequeña parte de los manifestantes, al llegar a la emblemática y céntrica plaza de la Puerta del Sol decidieron quedarse allí, acampados, de manera permanente. La segunda noche que lo intentaron fueron desalojados con malos modos por la policía municipal, lo cual fue el detonante de una explosión de ira contenida en una parte de la sociedad española, y la noche siguiente ya no eran una setentena de acampados quienes sentaron sus reales en el kilómetro 0 de las carreteras radiales de España, eran varios miles. Hoy, el día después de la elecciones municipales y de algunos gobiernos autonómicos que han puesto de manifiesto el hundimiento del partido en el Gobierno, el PSOE, el movimiento 15M mantiene ocupadas muchas plazas en toda la geografía española, en principio por otra semana más – al menos. Los poderes políticos han comprendido que no se puede violentar a este grupo sin movilizar a toda la masa social que está detrás, de la cual los acampados son sólo la punta del iceberg, y previsiblemente han decidido dejar agonizar el movimiento, esperando que el paso de los días y el cansancio acaben por disolver los grupúsculos más pertinaces. Por su parte, las diversas acampadas se han volcado en una actividad asamblearia intensa para intentar poner en papel, negro sobre blanco, la esencia de sus reivindicaciones. Pero, ¿qué quieren los indignados españoles?


Lo cierto es que responder esa pregunta tan simple es bastante complicado, seguramente porque cada indignado e indignada que transita durante algunas horas por esas plazas quiere cosas particulares, no siempre coincidentes y a veces contradictorias con las de sus compañeros. Pero hay un sentimiento común: el de que el actual sistema político no representa sus intereses, sino que está supeditado a los grandes intereses económicos. Por debajo de todo ello hay un deseo básico y primario: los jóvenes españoles sienten que el actual sistema económico les está cerrando puertas y condenando a una precariedad crónica, y lo que quieren es cumplir las expectativas que sus padres alimentaron en ellos: tener un trabajo digno con un salario suficiente, tener un piso, un coche, una familia, unas vacaciones pagadas cada año… en suma, vivir al menos tan bien como sus padres, y si se pudiera mejor. Un deseo completamente razonable en una sociedad que ha visto que durante más de cien años, con los baches de las guerras, cada generación ha vivido mejor que la anterior.


Que la política está supeditada y es subsidiaria de los intereses económicos hace mucho que es así (lean el frontispicio del Acorazado Aurora), pero que nadie busque a los grandes conspiradores del Nuevo Orden Mundial. Detrás de los grandes fondos de inversión hay, ciertamente, los viejos nombres de los Goldstein que en el mundo han sido, pero también los gestores de los fondos de pensiones que permitirán redondear la jubilación a nuestros padres e incluso a nosotros. Detrás de las empresas que recortan costes y despiden al personal están los orondos y satisfechos empresarios, pero también está el yo consumidor que protesta si no le regalan su móvil nuevo con un plan de puntos y 50 euros en llamadas. Detrás de los bancos y cajas que hincharon la burbuja inmobiliaria española y que ahora no conceden créditos a las pequeñas y medianas empresas están los rapaces miembros de los consejos de administración, pero también está el yo inversor que reclama un interés de como mínimo del 4% o si no se lleva el dinero a otra entidad, mientras que el yo hipotecado se queja de que le suben los intereses (como genialmente ilustró Pedro Prieto en Barbastro). En suma, que en los intersticios de nuestro sistema económico y financiero hay por supuesto sujetos despreciables, pero también fieles y eficientes (y honestos, por extraño que pueda resultar) gestores de nuestros propios intereses, que no hacen más que cumplir puntualmente nuestras órdenes. Por tanto, si se hace evidente que tenemos que reformar nuestro sistema económico tendremos que aceptar que eso va a implicar ciertas renuncias. Es verdad que redistribuyendo las ganancias seguramente tendríamos, nosotros la clase media, una ganancia neta, pero también es cierto que tendríamos que aceptar que ciertas cosas que ahora nos parecen lógicas y comunes dejarían de tener sentido (como, por ejemplo, recibir un interés por tener un capital, por más invertido que éste esté).


El punto clave aquí es, al final, por qué el sistema se ha vuelto loco y ha empezado a empujar una creciente masa hacia el desempleo crónico y la exclusión social. Eso es, en el fondo, de lo que se quejan nuestros indignados. Se podría argumentar que el sistema no está haciendo nada nuevo; lo que es diferente es dónde lo hace. La pregunta sería entonces por qué necesita hacer estas barrabasadas en el mundo occidental, el que hasta ahora era su retén de consumidores. Y hay una razón profunda que hemos discutido una y otra vez en este blog, y que se resume en el título del más popular de sus posts: “Digamos alto y claro: esta crisis económica no acabará nunca“. El grave problema del sistema económico es que el crecimiento económico ya no es posible. No es posible porque, como comienzan a reconocer algunos de esos eficientes gestores de fondos financieros, todas las materias primas, comenzando por el petróleo, están llegando a sus límites de explotación. No significa eso que se agoten ya, sino que su producción ha comenzando a bajar, y por tanto su oferta ya no puede satisfacer a la demanda y que cada vez cubrirá una parte menor de la misma. Y su progresiva escasez está causando toda una serie de problemas económicos que nos pueden abocar hacia un colapso sistémico si somos tan necios de continuar por el camino del peor escenario posible. Como en el caso de la principal de nuestras materias primas energéticas, el petróleo, se hace difícil disimular que algo grave pasa (sobre todo porque por fin este Noviembre, después de negarlo durante más de una década, la Agencia Internacional de la Energía ha reconocido la llegada del Peak Oil del petróleo crudo), se intenta tranquilizar a la población con quimeras absurdas como el coche eléctrico o con promesas de nuevas fuentes de energía, sin entrar a discutir las dificultades reales de llevar a cabo tales proyectos o los límites reales de las fuentes de energía como la fotovoltaica o la eólica.


En suma, querido lector, y especialmente si es Vd. uno de los indignados que ha tenido el valor de salir a la calle, sepa que esta lucha no es por tener una nómina y un pisito. Es una lucha por no extinguirnos. Es, real y literalmente, una batalla a vida o muerte. Y para ganar esta batalla necesitamos muchos indignados.







Salu2,
AMT

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